• Se dice que el ser humano es el único animal que comete el mismo error dos ocasiones.
  • Esto es cierto en parte: las personas inteligentes solo tropiezan una vez.
  • La gran diferencia entre los sabios y el resto de personas es que los primeros tienen la valentía de reconocer sus errores, y eso les permiten descubrir cómo evitarlos.
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«Los errores siempre se perdonan si tienes la valentía de admitirlos»: estas palabras de Bruce Lee son una genial apertura para este artículo personas inteligentes y gente que quizá no es tan sabia o cauta.

Todo el mundo comete errores. Es inevitable. Hasta los genios fracasan y es gracias a eso que logran avanzar y dar con el éxito.

Lo que diferencia una persona inteligente de alguien más normal no es el número de errores que comete, sino en cómo reacciona al cometerlos.

Cuando un individuo menos sabio fracasa, invierte toda su energía y esfuerzo en pretender que no lo ha cometido. O decide culpar a otra persona de lo ocurrido. O se empecina en no reconocerlo como error, sino que lo llama «un simple traspié producido por circunstancias externas».

Al contrario, cuando alguien inteligente se equivoque, se detendrá y tendrá el valor y la paciencia de admitir, reconocer y analizar su fallo. No le gustará. Será doloroso.

Pero le ayudará a aprender: sabrá cómo puede mejorar como persona, o qué otro plan trazar para cumplir sus objetivos, o en quién dejar de confiar.

Dicho de otra forma: la gente sabia aprende de sus errores para no volver a repetirlos.

Aquí tienes un ejemplo de fracasos o equivocaciones que alguien perspicaz tratará de cortar de raíz. En el caso de que descubras que repites algunos de ellos, no te preocupes: tienes precisamente la oportunidad de admitir tu situación y poner remedio.

1. Esperar el mismo resultado haciendo lo mismo una y otra vez

«La locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando obtener resultados diferentes». Esta frase, falsamente atribuida al genio Albert Einstein, explica muy bien por qué las personas inteligentes siempre cambiarán de táctica cuando cometen errores.

Una persona instruida solo necesita sentir la decepción, la frustración o la desazón una sola vez para entender que debe virar de rumbo si quiere alcanzar los resultados deseados. Se atreverá a hacer algo nuevo aunque eso le lleve a lugares incómodos.

Este tipo de gente prefiere el miedo a lo desconocido antes que experimentar el estancamiento sin resultados que produce lo conocido.

2. Priorizar la gratificación instantánea

La tecnología actual ha incentivado el placer rápido e instantáneo. El mejor ejemplo de ello es el mundo de las series.

Antes, era necesario esperar una semana para descubrir cómo seguía tu programa preferido en el siguiente episodio. Hoy en día, casi todas las temporadas aparecen de golpe, para que te las acabes en dos o tres sesiones.

Eso provoca que muchas personas sean impacientes y se sientan incapaces de esperar a los resultados a largo plazo. ¿Cuántas dietas se han detenido al cabo de pocos días porque se espera adelgazar 10 kilos en tiempo récord?

Una persona inteligente caerá una vez en la trampa de la gratificación instantánea, pero analizará que el placer de corto plazo solo dura eso, unos segundos.

Aprenderá que la felicidad más duradera y pura se esconde detrás de semanas, meses e incluso años de esfuerzo, constancia y persistencia.

3. Pretender ser otra persona (normalmente para complacer a otros)

Es tentador buscar la aceptación de los demás, aunque eso signifique traicionar tu esencia, ponerte una máscara metafórica y fingir ser alguien que no eres.

Un sabio probará ir en contra de sus valores o creencias hasta que sea detectado o sufra una crisis al contradecirse. Y dejará para siempre esta táctica.

Porque habrá aprendido que sí, remar a contracorriente de los demás da miedo porque a veces serás rechazado, pero es mejor dejar de complacer a todos antes que sentir el sufrimiento de estar constantemente traicionándote a ti mismo.

4. Perder el foco

¿Has tenido la sensación alguna vez de que te falta tiempo para acabar tus tareas? ¿Termina el día y te vas a dormir agotado y con la mente aún dando vueltas a todos los deberes pendientes que pospones para mañana?

Es muy posible que hayas caído en la trampa llamada todo es importante. Consiste en dar máxima prioridad a todo lo que haces. Como resultado, has dicho que «Sí» a muchas propuestas, favores, proyectos, colaboraciones… Ni aunque el día tuviera 48 horas lograrías acabarlo todo.

Una persona inteligente, cuando se encuentra por primera vez en esta situación, aprende rápido la lección: en realidad perdió el foco. Ha olvidado su tarea a largo plazo, su horizonte final. 

Si se hubiera acordado de su objetivo a largo plazo, le habría sido fácil saber qué decir que «Sí» (porque le ayudará a avanzar) y a qué podía decir que «No», porque en realidad no le aportaba nada.

No es fácil comprometerse a un solo objetivo y apostar 100% por él. No solo requiere el tesón de las personas inteligentes: hace falta sobre todo coraje para descartar opciones ante posibles errores.

5. Hacer trampas

Los atajos son tentadores, ¿para qué negarlo? Copiar en un examen o un trabajo de clase, pedirle a un compañero de trabajo que termine el informe por ti…

Por separado, estos casos aislados son pequeños pecados que aparentemente no hacen daño a nadie. Pero alguien inteligente te dirá que no está de acuerdo.

Las personas perspicaces solo harán trampa una vez. Una y no más. ¿Por qué? Porque descubrirán enseguida que, si no son ellas quienes hacen el trabajo duro, jamás aprenderán cómo hacerlo. Y, sin experiencia, no germinan las ideas, o no se acaba desarrollando el auténtico potencial de cada individuo.

Así que las personas inteligentes no verán hacer trampas como un atajo porque eso acabaría en errores: lo verá como un bloqueo, un inhibidor de sus capacidades y habilidades. Por eso la gente sabia no suele ser tramposa.

6. Vivir sin un presupuesto

Muchas personas anhelan conseguir la libertad financiera, pero pocas entienden que, para ello, hay que crear un presupuesto y comprometerse a él.

Alguien inteligente solo necesita encontrarse con una montaña de deudas una sola vez para decidir que ha llegado el momento de ser proactivo y evitar que vuelva a ocurrir. Se atreverá a descubrir cuáles son sus gastos innecesarios para reducirlos o cortar con ellos.

Además, una persona instruida acaba entendiendo que el presupuesto es un gran aliado. No solo ayuda a llegar bien a final de mes: te permite ahorrar más y más. 

Es precisamente este cojín el que puede impulsarte a la libertad financiera. Por ejemplo, invirtiendo en futuras tendencias que multipliquen tus ahorros prácticamente sin que te des cuenta.

7. Dejarse engañar

Existen personas con un carisma magnético que logran vender humo a cualquiera. Representan el clásico dicho de «Era demasiado bonito para ser verdad».

Alguien perspicaz solo necesitará ser cruelmente engañado o traicionado una vez para no volver a dejarse embaucar nunca más. 

Porque aprende las graves consecuencias de no cultivar el pensamiento crítico, de no contrastar lo que te dicen los demás para averiguar si es verdad o no.

La próxima vez que estés en una reunión o en una presentación, y el organizador esté explicando una idea utópica, fíjate en la persona que más preguntas críticas haga al respecto: seguramente es el asistente más inteligente de la sala, y está analizando todas las brechas y problemas del proyecto en lugar de dejarse enredar.

8. Ignorar los buenos consejos (o no saber detectarlos)

«Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes». Estas palabras fueron usadas por Newton en una carta para explicar a una amistad cuál era el origen de sus ideas.

La expresión «sobre hombros de gigantes» significa reconocer que no estás solo en el mundo, que existen muchas personas antes que tú que han avanzado en objetivos similares.

Así que puedes hacer dos cosas: ignorar sus experiencias, o reconocerlas y aprovecharlas para que tu viaje hacia tu destino sea lo más llevadero y productivo posible.

Las personas inteligentes solo se dejan dominar por su ego una sola vez y no cometen esos errores.

Cuando descubren que está bloqueadas o que fracasaron por no hacer caso a sus mentores, literales o espirituales, se detienen, dan unos pasos hacia atrás e investigan a los gigantes del pasado. Los escalan para llegar a su altura y construyen su camino gracias a ellos.

En paralelo, hay que tener cuidado con el mundo de los consejos. Un error común es dejarse llevar por todos los consejos a la vez. No todos los avisos tienen el mismo valor y algunos son trampas ocultas.

Hay que aprender a dejarse guiar por aquellas personas de confianza o que saben de lo que hablan, porque han vivido las experiencias que cuentan.

9. Regodearse en el victimismo

De nuevo, es muy tentador jugar a ser la víctima. Sobre todo en la actualidad, donde las redes sociales garantizan que un desahogo generará muchos comentarios de apoyo. Son en realidad combustible para la excesiva autocompasión.

Las personas inteligentes no tardarán en descubrir que quejarse es una excusa más para no atreverse a admitir errores o problemas que podrían encarar de otra manera.

Además, los sabios aprenden una cosa más al respecto: si decides jugar a ser la víctima, estás dando poder a los demás, un poder que habría sido necesario para cumplir objetivos.

10. Culpar a los demás de tus propios errores

Este error se parece mucho al anterior, casi son primos hermanos.

Aceptar que te has equivocado, y que eres responsable de dicho error, no es divertido ni agradable.

Es doloroso, al menos inicialmente, porque significa reconocer que has perdido tiempo, recursos… Pero, si quieres triunfar, esta aceptación es imprescindible. Desbloquea alternativas, mejoras, nuevas posibilidades. La buena noticia es que cada vez duele menos admitirlo.

Los perspicaces ya saben todo eso porque lo han hecho. Lo han vivo y lo han aprendido.

¿Los demás? Siguen paralizados porque, en lugar de hacer el ejercicio de analizar qué han hecho mal, pierden tiempo y energías creyendo que han sido los demás los que han provocado su fracaso.

11. Intentar cambiar a los demás

La gran mayoría de las personas pierden mucho tiempo intentando cambiar a los demás. Existen muchos motivos detrás de esta obsesión. 

Algunos lo hacen para ejercer autoridad. Otros porque se creen con la potestad de salvar a alguien. Y luego están los que inconscientemente usan esta obsesión como excusa para no analizar sus propios márgenes de mejora.

Las personas inteligentes no cometen esos errores y enseguida entienden la verdad: la única persona que puedes cambiar es a ti mismo.

Así que, lejos de invertir esfuerzo en intentar cambiar a otros, la persona inteligente se esfuerza por descubrir cómo dar un paso cada día hacia su mejor versión. Y si con ello logra inspirar a alguien, mucho mejor.

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