Por décadas se ha dicho que la vocación de México es manufacturera y el costo de la mano obra —menor en comparación con otras economías— respalda ese atributo. Pero hoy es una industria de ‘capa caída’, como producto de la crisis económica por la pandemia.
El país, junto con Brasil y Argentina, era considereado una de las economías más competitivas de la región. Datos de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), sobre producción a marzo de 2021, indican una contracción de -4.8% en México y de -9.9 %, mientras que en Argentina es de -19.2%.
¿Cómo enfrentar el reto de reactivar a este sector , que agrupa más de 60% de la inversión extranjera en México?
Hay que empezar por transformar a la manufactura en un motor para la innovación. Es la petición a la que se suman diversos organismos y consultoras en el país. Por mi parte agrego que las empresas necesitan replantear su forma de preparar a los equipos para innovar.
Miedo a pensar diferente
Nadie (o tal vez casi ningún analista) se atreve a discutitir la correlación entre innovación y un aumento de ingresos. La consultora PwC, a través de su área especializada en manufactura, calcula que las empresas que invierten en innovación obtiene tres veces más ingresos por nuevos productos o formas de comercializar.
Hay otro tema: en el futuro la mayor parte del crecimiento en este sector, y las diversas industrias que impacta, deberá ser orgánico. Esto significa que para recuperar ingresos y empleos, hay que pensar más y diferente. Subirse a la ola de crear procesos propios, en casa, y no esperar a que el mayor impulsor del crecimiento sea lo que sucede afuera, comenta Fernando Santiago, Oficial de Política Industrial de la ONUDI.
México, ¿está a la altura para innovar?
Antes de pensar en lo macro, me remito a lo micro, y planteo esta pregunta a Ernesto Weissman, socio de la consultora Tandem y experto en estrategias de innovación. Cuenta que la capacidad de innovar no crece en las empresas porque, en muchos casos, se trata con indiferencia la generación de nuevas ideas, así que el empleado se desmotiva.
La innovación es un ejercicio de todos los días, precisa, y hay que crear un ecosistema para ello practicarlo.
Tras la pandemia, el modelo de empleado ‘espectador’, que no sabe cómo proponer o siente miedo de dar una idea, debe cambiar. La reactivación se trata de escuchar propuesta y un esquema para ejecitar al empleado en esto es capacitar en el ‘arte’ de estructurar problemas, opina Weissman. La innovación, por extraño que se lea, requiere cierto orden, al menos para observar, analizar y proponer.
La visible disminución de los niveles de producción vendrá acompañada de efectos menos evidentes en el corto plazo, pero impactantes a largo plazo. No hay que olvidar que caída en la productividad de las empresas en manufactura, debido a la destrucción de empleo, y el desmantelamiento de equipos de trabajo.
El efecto más fuerte es que el conocimiento que se ha adquirido mediante años de operación, no es fácil de reconstruir. Y esto es una historia que se repita en diversas industrias. En un circulo negativo en donde hay menos ganancias si la productividad no se asocia a la innovación, y para que esto sucede hay que tener a la gente lista.
Hablo de la manufactura por lo que representa para el país. Pero el nuevo mantra es crear capacidades – con capacitación formal- de innovación proactiva. Menos del 50% de las ideas que se proponen en las empresas sirvan para generar un cambio real, de acuerdo con estimaciones de Tandem.
Hay que salvaguardar la salud de quienes regresan a las plantas, y que quizá nunca se fueron, y pensar en esquemas híbridos. Pero también ir de la mano con crear esos ecosistemas de innovación e, incluso, sentar las bases para que las personas entiendan -con criterios más específicos, como desarrollar resiliencia a largo plazo.
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