Rosalinda Ballesteros

Rosalinda Ballesteros

La Ciencia de la Felicidad

Deberíamos tener más compasión. 

El papa Francisco afirma que el único momento en que podemos ver a otra persona desde un ángulo de superioridad, es cuando ha caído; sin embargo, aclara que esa acción, ese mirar desde arriba, debe tener como único fin el agacharnos para ayudarle a levantarse.

El papa le llama misericordia —de miser, infeliz, y cor, corazón— tener piedad o darle nuestro corazón al infeliz, ¿no?. La Real Academia Española (RAE) la define como “virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos”, aunque muchas veces en el plano religioso está más indentificada como una virtud de Dios que del hombre.

En psicología, en cambio, ese ver al otro con la intención de levantarlo, le decimos simplemente compasión, sufrir juntos (del latín con y pati). Según la misma RAE: “Sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo”.

Deberíamos aprender a experimentar esa emoción o, en un sentido más aristotélico, practicar más esta virtud. Sin duda cambiaríamos el mundo, no solo por las buenas acciones que se generarían en torno a los más necesitados, los más desafortunados o quienes sufren injusticias, sino también en las pequeñas grandes cosas que construyen nuestra vida.

Hace unas semanas platicaba con Andrea Monsanto, una expertaza en el tema, quien nos explicaba cómo esa falta de compasión destruye la confianza de las personas en sí mismas, frena la creatividad y la iniciativa propia.

Nos ponía el ejemplo del niño o la niña a la que la mamá, el padre o el maestro le ponen un estándar alto para dibujar, tocar un instrumento o jugar algún deporte. Cuando eso hacemos (y nos lo hicieron a muchos de nosotros), el pequeño, la pequeña, pierde la capacidad de practicar su hobby de manera espontánea porque lo tiene que hacer perfecto. Va a terminar por abandonarlo.

Por el contrario, si tuviéramos compasión con ese niño, amigo o desconocido que está intentando algo nuevo, va a continuar esforzándose sin esforzarse. Es decir, va a disfrutar tanto lo que está haciendo que lo va a repetir una y otra vez hasta alcanzar el grado de maestría que exige su arte. Un día llegarán los trabajos perfectos o casi perfectos.

Así que, nos dice Andrea, debemos invitar a los demás, y particularmente a nosotros mismos, a hacer las cosas lo mejor que puedan. Pedir un siete, y no más de nueve.

La presión social que ejercemos sobre los demás, y nosotros mismos, para que todo salga bien, provocan miedos y traumas en quienes nos rodean y no los dejamos crecer sanamente. 

Pensemos en las personas que tienen menos oportunidades. Muchas no se atreven siquiera a pedir ayuda, no se arriesgan a equivocarse por miedo a pasar vergüenzas o humillaciones. Pero lo mismo se replica a otros niveles: en la oficina, en la fábrica, en la escuela, en el taller; en las universidades, hasta en la política (“para qué cambiar lo que está mal, me van a comer los medios”).

Podríamos empezar con nosotros mismos. Nadie puede dar lo que no tiene. Si nos equivocamos, ¡qué importa!, le pasa a todo el mundo y esa experiencia me va a llevar a superarme y a dar lo mejor de mi a este planeta, a través de los que están más cerca mi.

Deberíamos ser más compasivos. Entonces, podemos decirle al otro: “¡Bien!, te estás esforzando, gracias. Lo disfruté, qué hermoso”.

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Jonás Cortés / Business Insider México

Las opiniones publicadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan ninguna posición por parte de Business Insider México.

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