Silvina Moschini

Silvina Moschini

Crypto Insider

La generación de riqueza en el siglo XIX y el surgimiento de las criptomonedas en el siglo XXI, ayudan a comprender la evolución del dinero a lo largo de la historia. 

Los llamaron los “forty-niners” porque se aventuraron a la fiebre del oro de California con un objetivo muy claro: obtener el metal precioso en 1849. El resto es historia. Con ese carácter visionario fueron miles los que atravesaron Estados Unidos de costa a costa; unas décadas más tarde el perfil socioeconómico del Oeste había cambiado por completo.

Aunque en nuestro siglo las cosas sean en apariencia distintas, 2009 encontró a Satoshi Nakamoto minando el primer bloque de Bitcoin; con ello estableció una nueva frontera en términos de generación de riqueza. 

Conceptos fundamentales como la descentralización y la digitalización entraron a formar parte del nuevo escenario; así miles de personas en el mundo entendieron que la búsqueda del “nuevo oro” podía hacerse con una simple computadora.

A pesar de sus obvias diferencias, tanto la fiebre del oro ocurrida un siglo y medio atrás, como el actual entusiasmo por las divisas digitales desataron un efecto dominó sobre sus respectivos ecosistemas productivos y financieros.

En la California del siglo XIX, el horizonte abierto por los “forty-niners” rápidamente dio lugar a la construcción de carreteras y ferrocarriles. Además, vio nacer instituciones financieras para conectar a mineros e inversores y activó avances técnicos imprescindibles para que la minería hidráulica fuera más eficaz y rentable.

Por su parte, el proceso iniciado por Bitcoin en 2009 es equivalente. Su tecnología matriz (blockchain) viene impulsando la innovación en áreas como los token no fungibles (NFTs) y los contratos inteligentes pero también porque ha desafiado a los sistemas financieros tradicionales en cuestiones como la eficacia y velocidad de las transacciones y las nociones de almacenamiento y valor. 

Criptomonedas o el oro digital: ¿dónde estamos ahora?

Más allá del círculo virtuoso, es innegable que la fiebre del oro californiana tuvo también un lado menos feliz. La ola especulativa y las ambiciones desmedidas dieron lugar a leyendas inverosímiles pero hipnóticas. La minería no era para todo el mundo, los relieves y terrenos solían ser engañosos y el dominio de las herramientas exigía una cierta preparación.

El ecosistema cripto, a pesar de su joven historia, no está exento de atravesar problemas similares. Hace algo más de un año, una combinación de especulación y malas prácticas hizo saltar por los aires a FTX, una de las plataformas de intercambio más sólidas hasta entonces. En este contexto, con optimismo pero también con precauciones, creo que la nueva frontera del oro digital nos exige herramientas y conocimientos más sofisticados. Los “forty-niners” de nuestros tiempos pueden conservar intacto su gen visionario pero sólo un mercado más consistente podrá minimizar riesgos.

Frente a este escenario, las criptomonedas de nueva generación, como Unicoin, respaldadas en activos y amigables con las regulaciones, pueden jugar un papel cada vez más relevante.

La generación de riqueza debe ir acompañada de plataformas que, a partir del poder de la inteligencia artificial, puedan agilizar la creación y gestión de activos de criptomonedas.

A diferencia de los sueños desmesurados de los aventureros californianos del siglo XIX, el “oro digital” del siglo XXI ya ha mostrado que está lejos de ser una fiebre pasajera. Su gradual integración a las finanzas tradicionales augura un capítulo en el que la regulación y la innovación se igualan y se fortalecen. 

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