• No existe una división generacional en cuanto al tema de la lealtad en el trabajo; los empleados de todas las edades están hartos de la forma en que los tratan las empresas.
  • La mayor diferencia entre los trabajadores mayores y los más jóvenes no es lo que sienten respecto a la lealtad hacia una empresa, sino lo que están haciendo al respecto.
  • Mientras los Boomers, Gen X y Millenialls se conforman, los Gen Z están luchando por hacer cambios en la cultura de las empresas.
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En enero publiqué una historia sobre cómo la lealtad laboral estaba muerta en Estados Unidos. La respuesta a la historia fue enorme: recibí más correos electrónicos y mensajes de LinkedIn al respecto que sobre cualquier otro artículo que haya escrito en mis 14 años como periodista. Y lo que más me llamó la atención fueron los lectores que me dijeron que me había equivocado.

En la historia, escribí que las personas parecían dividirse en dos grupos cuando se trataba de la disminución de la lealtad en el lugar de trabajo.

«Por un lado están los jefes y los empleados permanentes, los boomers y la Generación X. Suelen quejarse así: «Los niños de hoy en día, ¿no tienen lealtad?».

Del otro lado están los empleados de base más jóvenes, los millennials y la Generación Z, que se sienten igualmente agraviados. «¿Por qué debería ser leal a mi empresa cuando mi empresa no me es leal a mí? , piensan.

Para mi sorpresa, muchos lectores mayores se mostraron en desacuerdo con ser categorizados como los más leales a la empresa o marca.

«GenX leal, ¿estás bromeando?», así estaba escrita la línea de asunto de un correo electrónico de un miembro de la Generación X. Alguien más escribió, con más gentileza: «Si bien creo que estás en lo cierto con la mayoría de tus datos, te equivocas sobre la Gen X».

«Mi generación tiene un problema con la insatisfacción en el lugar de trabajo y hace 20 años se dio cuenta de que ya no había lealtad corporativa», agregaron.

Los veteranos tampoco están de acuerdo

Estamos acostumbrados a escuchar a veinteañeros quejarse del estado actual de las empresas estadounidenses. Pero no esperaba recibir tal avalancha de consternación y desilusión por parte de veteranos experimentados en el lugar de trabajo.

Había escrito la historia para los jóvenes, en contra de su decisión de rebelarse contra la idea de que tenemos una deuda de gratitud con nuestros empleadores. En cambio, parece que, sin intención, toqué un tema vulnerable para los Gen X, que es la frustración (de la que no se habla) que siguen experimentando los empleados más experiencia.

Después de todo, son los boomers y la Generación X quienes realmente recuerdan una época en la que sus empresas los trataban mejor. Para ellos, pasar por un «contrato psicológico» roto, como describí en mi historia, no es un artefacto histórico. Es su experiencia en la vida real.

«Resumiste todo lo que experimenté en los últimos 38 años de mi carrera», escribió un lector.

Las injusticias de los Boomers y Gen X que los hicieron aprender

Los lectores me dijeron que vieron a los empleadores incumplir el contrato social de diversas maneras. Un boomer que es un ejecutivo bancario jubilado, reconoció que él mismo tuvo suerte de haber pasado más de 30 años en una sola empresa que lo trató bien.

A partir de la década de 1980, observó cómo otras empresas cedían a los caprichos de Wall Street, recortando los beneficios de los empleados para exprimir hasta el último centavo para los accionistas.

Hoy, escribió, «la avaricia corporativa es primordial a expensas de todo lo demás».

Un lector un poco más joven, que se graduó en la universidad en 1993, recibió una pensión en su primer trabajo. Luego, experimentó una gran indignación de sus colegas mayores, su empleador descartó el plan de jubilación de la empresa y lo convirtió en un 401(k), que es un plan calificado de compensación diferida.

Se refiere a que si el empleado es elegible conforme este plan, generalmente puede optar que su empleador aporte una parte de su compensación en efectivo al plan antes de retenerle los impuestos. 

El lector dijo que pasaron años antes de que le quedara clara la naturaleza de la traición.

Otro señaló que los despidos ya eran la norma cuando ingresó a la fuerza laboral, pero que las empresas al menos los llevaban a cabo con un mínimo de dignidad.

«En los años 90, un ejecutivo se sentiría realmente avergonzado de despedir a alguien en un correo electrónico masivo. Los gerentes tenían la decencia de mirarte a los ojos al darte las malas noticias».

No existe una división generacional en cuanto al tema de la lealtad en el trabajo, me decían estos lectores. Los empleados de todas las edades están hartos de la forma en que los tratan las empresas.

Sacrificar todo por la empresa, ¿incluso la vida misma?

¿Por qué la nota tocó tantas fibras sensibles entre los trabajadores mayores? Le hice esta pregunta a uno de ellos.

«Resonó en mí porque todavía veo que los líderes de la empresa nos dicen que lo demos todo y que hagamos sacrificios más allá de nuetras posibilidades para que la empresa sea próspera; una prosperidad en la que probablemente no estamos incluidos».

Al contrario de lo que escribí, el hombre observó con consternación cómo sus colegas más jóvenes caían en la tentación de seguir esta cultura empresarial.

«Veo que mucha gente, especialmente los empleados más jóvenes, lo aceptan. Los millennials necesitan urgentemente volverse tan cínicos, exigentes y difíciles como la prensa los presenta», expresó.

No me refería a este tema en mi nota, no era la intención plantearlo de esta manera en mi historia. Al parecer, los lugares de trabajo estadounidenses están llenos de la Generación X y los Boomers con inspiración marxista. «¡Millennials del mundo, únanse! ¡No tienes nada que perder excepto tus cadenas!».

Los millenialls y Gen Z están aprendiendo a liberarse de sus cadenas

El comentario me recordó una conversación que tuve hace unas semanas con un ingeniero de software al que llamaré Gabriel.

El año pasado, quedó devastado al ser despedido de su primer trabajo después de la universidad. Solo unas semanas antes, los ejecutivos habían asegurado a todos en una reunión general que, si bien los tiempos eran difíciles, la empresa no estaba en el punto en el que necesitara despedir gente.

Gabriel pensó que merecía al menos una advertencia de que podrían producirse recortes. Pensó que merecía saber por qué lo eligieron a él y no a otros miembros de su equipo. Pensó que, como trabajador de alto rendimiento, sería recompensado con seguridad laboral.

Estas no me parecieron expectativas irrazonables; y mientras hablábamos, Gabriel parecía casi avergonzado por haber pensado en esto. Se culpaba por haber esperado siempre que su empleador lo tratara justamente.

«Fue mi culpa por sentir que me debían algo», me dijo. Ahora, en su nuevo trabajo, lo único a lo que se siente con derecho es al salario acordado y, a cambio, trabaja ocho horas al día, cinco días a la semana, y ni un minuto más. «Nunca voy a ir más allá», dice.

Así es como Gabriel y muchos otros trabajadores decidieron igualar la balanza en el lugar de trabajo moderno.

Como escribí en mi nota original, no creo que este sea realmente el mundo que la mayoría de nosotros queremos: una especie de relación hipertransaccional entre empleadores y empleados donde nadie le debe nada a nadie, donde todos adoptamos lo que uno de mis lectores llamó una «mentalidad mercenaria».

Incluso Gabriel, adoptó el mismo cinismo que otro de de mis lectores mayores, dice que extraña la camaradería que sentía con su antiguo equipo, cuando ofrecía esta lealtad en su trabajo anterior.

«Parecía que todos estábamos ganando. No quiero que el mundo sea así. Pero ahora sé cómo funciona este juego. Así que voy a jugarlo para ganarlo», expresó.

La adaptación de las antiguas generaciones vs la rebeldía de los Gen Z

Gabriel llegó a la misma conclusión que los trabajadores mayores y con más experiencia; desearían que las empresas donde trabajaron siguieran recompensando la lealtad. Como ya no pueden esperar por eso, decidieron adaptarse.

Quizás la lección más importante para mí, basada en todos los correos electrónicos que recibí, es dejar de engrandecer las diferencias entre generaciones.

No puedo evitarlo, así que me arriesgaré a hacer una generalización más radical: tal vez la mayor diferencia entre los trabajadores mayores y los más jóvenes hoy en día no sea lo que sienten respecto a la lealtad hacia una empresa, como planteé originalmente. Quizás sea lo que están haciendo al respecto.

Los correos electrónicos que recibí de lectores boomers y de la Generación X e incluso de la generación millennial estaban teñidos de una sensación de resignación: una aceptación renuente de cómo es el mundo ahora.

La Generación Z, por otro lado, aún no se ha resignado del todo a esa realidad. Desde la oficina hasta TikTok, expresan su descontento con el estado actual del trabajo. Creen que no tiene por qué ser así y que tienen el poder de obligar a sus empleadores a cambiar.

Algunos podrían llamarlo ingenuidad. Otros podrían decir que es su derecho. Pero los trabajadores mayores llaman de otra manera a este fenómeno que está creando la Gen Z: «¡Ya era hora!».

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