Carlos Brown

Carlos Brown

Colectivo

Para Andrea Deydén, por todo el trabajo que hace para que este espacio sea posible

Permítame empezar este texto con una anécdota. En una de mis primeras clases de la licenciatura, mi profesor de macroeconomía habló sobre la medición del producto interno bruto y qué se excluye de sus alcances. La primera mención en la lista de las exclusiones era el trabajo doméstico, lo que llamó mi atención y me llevó a alzar la mano y preguntar por qué se excluía. Mi profesor respondió que eso, simple y llanamente, no se consideraba trabajo. Quien haya limpiado una casa o departamento, cuidado a una persona enferma o a un bebé, o lavado y planchado ropa sabe que el esfuerzo para estas labores es igual e incluso mayor que el de los trabajos que reconocemos como tal.

Durante siglos, el trabajo doméstico y de cuidados ha sido invisibilizado en los análisis económico y relegado a una actividad de segundo orden, con lo que se pretende que la economía productiva es posible sin considerar a la economía reproductiva. Pero para que alguien –usualmente un hombre– pueda producir en la economía de mercado, hay alguien tras bambalinas –usualmente una mujer– que prepara la comida, limpia la casa, cuida a las personas dependientes en su familia o a sus mascotas. La periodista sueca Katrine Marçal lo resumió de manera magistral en el título de su best seller: “¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?”

La economía de mercado como la conocemos se sustenta en el trabajo invisibilizado de millones de personas –la enorme mayoría de ellas, mujeres– que realizan el trabajo doméstico y de cuidados. Solamente en México, de acuerdo con datos de 2019 de la cuenta satélite de Trabajo No Remunerado de los Hogares de Inegi, por cada peso producido en la economía de mercado, se producen 23 centavos de trabajo no pagado en los hogares mexicanos, donde 17 centavos los producen las mujeres y sólo seis centavos, los hombres. Estas actividades incluyen la alimentación, la limpieza y mantenimiento de la vivienda, la limpieza y cuidado de la ropa y calzado, las compras y administración del hogar, los cuidados y apoyo, y la ayuda a otros hogares y el trabajo voluntario.

Dada la enorme carga de trabajo doméstico y de cuidados no pagados que realizan las mujeres, se creería que la carga total de trabajo se distribuye de manera equitativa entre mujeres y hombres. Es decir, que las mujeres realizan el trabajo doméstico y de cuidados, mientras los hombres realizan el trabajo de mercado o que conocemos como productivo. La realidad es que las mujeres realizan ambos tipos de trabajo, con lo que la carga total de horas de trabajo a la semana es 2.2 veces mayor para las mujeres que para los hombres, como ilustra la Gráfica 1. Esto ha sido uno de los principales obstáculos para la reincorporación de las mujeres al mercado laboral tras la reciente crisis económica, según el Banco de México.

Entre los países que considera la OCDE en sus análisis sobre uso del tiempo –que incluye a sus economías miembro, además de Rusia, China e India–, México es el segundo país donde las mujeres dedican más tiempo al día al trabajo doméstico no pagado, con cinco horas y media horas de trabajo no pagado diarias, sólo por debajo de la India. En la Gráfica 2 se muestran estas diferencias, donde la línea vertical por país muestra la brecha en las horas destinadas al trabajo doméstico y de cuidados no pagado.

Aunque en todos los países son las mujeres quienes más tiempo destinan a estas actividades, las brechas son menores en economías que han incorporado los cuidados a sus estados de bienestar, asumiendo que los cuidados son una corresponsabilidad entre gobierno, empresas y familias; lejos de la idea de que la familia es la institución de seguridad social más importante de nuestras sociedades, como tanto se ha mencionado últimamente en el debate público en México.

En esta pandemia ha quedado de manifiesto la importancia del trabajo doméstico y de cuidados. Millones de mujeres no pueden permitirse parar este 9M, una forma de protesta cada vez más recurrente en nuestro país aunque cruzada por las desigualdades porque son pocas las mujeres que se pueden permitir parar, porque si ellas paran, nuestra economía y nuestra sociedad simplemente se detendrían. ¿Quién cuidaría a personas dependientes y enfermas si ellas paran? ¿Quién cuidaría a quienes enferman de COVID-19 en nuestra sociedad? Cuando las mujeres islandesas pararon todas sus actividades por un día en la histórica huelga de 1975, el país se detuvo. Esa marcha fue crucial para los eventos posteriores en que las mujeres se pudieron hacer más presentes en la vida pública y privada del país.

Entonces, ¿qué podemos hacer? Además de cuestionar y cambiar la distribución actual de los cuidados al interior de nuestros hogares, debemos pensar cómo avanzamos hacia un sistema nacional de cuidados. ¿Qué quiere decir esto? Que, desde la corresponsabilidad entre gobierno, empresas y familias, construyamos un sistema público –bien financiado– de guarderías y estancias, residencias de cuidado y otras instalaciones públicas para permitir a las mujeres reducir el número de horas dedicadas a estas labores. El gobierno español acaba de anunciar un programa de subsidios para la creación de una red pública para el cuidado de niños menores de 14 años.

Otro avance podría ser el reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidados como un trabajo pagado. Según un reciente informe de PNUD, un ingreso básico universal para mujeres de apenas 0.07% del producto interno bruto de los países en desarrollo podría proveer seguridad financiera para 613 millones de mujeres en edad de trabajar. El primer paso en el reconocimiento de estas actividades como un trabajo es el pago de las mismas.

Para responder a la pregunta que encabeza este texto: ¿Quién sostiene a nuestra economía? Las mujeres. Ya es hora que lo reconozcamos y le demos el valor que corresponde al sustento de nuestra sociedad.

Las opiniones publicadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan ninguna posición por parte de Business Insider México.

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