Carlos Brown

Carlos Brown

Colectivo

“El espíritu de un pueblo, su nivel cultural, su estructura social, los logros que sus políticas pueden alcanzar, todo esto y más está escrito en su historia fiscal.”

– Joseph A. Schumpeter

Estamos a unos días de que se cumplan tres años desde la declaración de la pandemia de Covid-19 como una emergencia internacional por parte de la Organización Mundial de la Salud. Desde entonces, nuestras vidas se transformaron: millones vimos a una persona querida morir, en muchos casos en la soledad de una cama de hospital y a través de una pantalla de celular; otras muchas perdieron su empleo o negociaron con sus empleadores que sus salarios se redujeran hasta la mitad; muchas otras tuvieron que dejar su empleo para dedicarse a cuidar a alguien en casa ante el cierre de escuelas, asilos y guarderías.

La pandemia global de Covid-19 fue un duro golpe para millones de personas que vieron cómo sus vidas cambiaban de un día para otro. En medio de las profundas crisis que se derivaron de la pandemia, junto a las otras crisis estructurales que la humanidad ya enfrenta —como la emergencia climática—, hubo un grupo de personas que no solo no perdió, sino que se benefició a manos llenas: los súper ricos, aquellas personas con fortunas de más de 1,000 millones de dólares y que forman un selecto club de poco más de 2,600 personas alrededor del mundo, de las cuales 15 son mexicanas.

Las recientes cifras del informe global de Oxfam dan cuenta de que quizá estamos en la misma tormenta, pero claramente no estamos en el mismo barco: en el mundo entero, sus fortunas crecieron en 54,000 millones de pesos diarios, 2,250 millones de pesos por hora, 37.5 millones de pesos por segundo. En América Latina y el Caribe, la historia es muy similar: mientras en la región más desigual del mundo se sumaron a la pobreza extrema cerca de 12 millones de personas, 30 personas se sumaron a la lista de los súper ricos. Por cada nuevo súper rico latinoamericano hay 400,000 personas más que no pueden comprar siquiera para comer bien.

En México, la historia de la extrema desigualdad se repite una vez más como tragedia. A pesar de los recientes avances del gobierno federal en políticas sociales y laborales, mientras la situación de pobreza alcanza a 44 millones de personas, de las cuales 8.5 millones viven en pobreza extrema, las 15 personas en la lista de milmillonarios en México —que hicieron sus fortunas gracias a herencias, privatizaciones y concesiones del Estado— vieron crecer sus fortunas en un 33% durante la pandemia, de acuerdo con el más reciente informe de Oxfam México. El gran ganador fue Carlos Slim Helú, el hombre más rico de América Latina y el Caribe, cuya fortuna creció en 20 millones de pesos por hora y que es más rico que los otros 14 mil millonarios mexicanos juntos.

¿Cuál es el problema con que los súper ricos se hagan aún más ricos?

Además de que la mayor parte de su riqueza es producto de la fortuna, de haber nacido en cierto cuerpo o familia, el problema es que su poder económico se transforma en poder político, que les sirve para modificar las reglas del juego a su favor, e influencia pública, a través del control de medios de comunicación y de redes sociales. A esto se le suma que la propiedad de la mayor parte de la riqueza en nuestra sociedad no se refleja en lo que aportan a la cuenta.

En tiempos en que los servicios públicos cercanos y de calidad se necesitan más, cuando las familias requieren de medicamentos, de atención médica, de vacunas, de servicios de cuidados, de espacios públicos, de escuelas y universidades, es cuando menos han contribuido los súper ricos a la cuenta. En un país donde —contrario a la creencia popular— se recaudan muy pocos impuestos, lo que hace a nuestro país una anomalía fiscal y donde los gastos públicos ineludibles se encuentran en su nivel más alto: 40 de cada 100 pesos de gasto federal se destinó en 2022 al pago de la deuda, las participaciones a estados y municipios y las pensiones. Claro que no basta con aumentar la recaudación de forma progresiva, también hay que gastar mejor, pero este dilema no es el huevo y la gallina: hay que hacer ambas a la vez.

Cuando los súper ricos no pagan, pagamos nosotros

Además de que son los hogares mexicanos —con el dinero de sus bolsillos— quienes deben cubrir todos los gastos que el Estado no les garantiza, aunque sea su obligación, la bolsa del dinero público la cubrimos en mayor medida las personas trabajadoras: por cada 100 pesos de impuestos recaudados en México, las personas trabajadoras pagan directamente 37 y el capital pone apenas 22, además de que una buena parte de esa cuenta, 37 de cada 100 pesos, se recaudan por impuestos al consumo, lo que recae de manera injusta sobre los hogares más pobres.

Por eso, el llamado debe ser a que paguen. Un impuesto a las grandes fortunas de hasta 5%, similar al que implementaron Argentina y Bolivia durante la pandemia, permitiría recaudar hasta 270,000 millones de pesos cada año, lo que sería suficiente para incrementar el actual gasto en salud pública federal en casi 40% o para multiplicar en 17 veces el actual gasto federal en protección ambiental. Además, si se impulsara una reforma tributaria profunda —como ya hicieron España y Colombia y esperan hacerlo Chile y Brasil en este año— se podrían eliminar los privilegios fiscales así como modificar los impuestos existentes, como el impuesto sobre la renta y el predial, para que los hogares más ricos paguen aún más.
Es momento de romper el tabú y los mitos alrededor de los impuestos, especialmente aquellos a las grandes fortunas en México. Llegó la hora de romper con la ilusión de que, contrario a lo que muestra la evidencia, la fortuna de unos cuantos puede gotear al resto solo porque dicen generar empleo e inversión. Es momento de dejar de creer que esto en México no es posible, que no somos Suecia o Francia, cuando los impuestos a las grandes fortunas son parte del pasado de México —ya tuvimos esos impuestos y los eliminamos como concesión a las élites económicas— y son el presente y futuro de América Latina y del mundo. Rompamos el mito, hablemos de impuestos. Que paguen.

Las opiniones publicadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan ninguna posición por parte de Business Insider México.

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