Carlos Brown

Carlos Brown

Colectivo

Hace unos cuantos años, un reportaje de televisión sobre las Cholas de Chalco se volvió viral gracias a un fragmento en que la entrevistada explica cómo la posición de los lentes en su cuerpo indica señales distintas para su banda. En algún momento menciona cómo usar los lentes al revés y sobre la nuca significa que su barrio la respalda. Desde entonces, esa frase se volvió un referente para recordarnos que contamos con quién nos acompañe en distintos procesos de vida. Pero a veces este ícono resuena de maneras más literales.

En días recientes, tras ocho meses de confinamiento en la Ciudad de México, mi trabajo me llevó a acompañar el fortalecimiento de la organización comunitaria de un barrio en La Paz, Baja California Sur.

El Manglito, que es hoy una colonia céntrica de la ciudad, ha sido históricamente una comunidad de pescadores que constituyen la espina dorsal del crecimiento y desarrollo de la ciudad.

Este barrio se ubica a lo largo de la costa paceña y está rodeado por la especulación inmobiliaria, pero con una comunidad cada vez más organizada gracias al trabajo de líderes comunitarias –la enorme mayoría de ellas, mujeres– y de organizaciones de la sociedad civil como BCSicletos, que acompañan y apuntalan el enorme trabajo diario de la comunidad.

La Paz, como muchas ciudades alrededor de México y el mundo, está sufriendo el conflicto causado por la acción agresiva de empresas inmobiliarias que –aprovechando el apetito por la compra y renta de inmuebles por parte de personas que llegan de otros lugares del país y del mundo– han adquirido terrenos para construir fraccionamientos de precios elevados, cuyo atractivo en este caso es vivir frente al mar. Estos espacios urbanos segregados construyen muros físicos y sociales a su alrededor que separan a comunidades completas, que caen en la tentación de vender sus casas con la esperanza de comprar una vivienda propia con la promesa futura de servicios públicos cercanos que nunca llegan; obligándoles además a crecer lejos de sus familias y comunidades.

Las consecuencias sociales y económicas de este modelo de ciudad han resonado en los últimos meses gracias a la pandemia causada por el coronavirus. El centro de Madrid se vació de población local en los últimos años debido a la expansión acelerada de edificios y manzanas completas destinadas al alquiler temporal por medio de plataformas digitales. Ante la caída abrupta del turismo durante 2020, las personas dueñas de los inmuebles que estaban destinados casi exclusivamente al alquiler temporal ruegan ahora a la población local que regrese a vivir a la zona, tras ser la causa principal de su expulsión en primer lugar.

Este fenómeno, conocido ampliamente como gentrificación, representa una amenaza real para el crecimiento de nuestras ciudades y el desarrollo de nuestras comunidades. Algo similar enfrentó Cancún, una ciudad que fue pensada originalmente como un centro urbano integralmente planeado.

Tras el abandono del estado mexicano a principio de la década de los noventa del siglo pasado, la ciudad sufrió una expansión masiva, acelerada y desordenada, movida por el enorme atractivo del nuevo polo turístico como tierra de oportunidades y por la especulación inmobiliaria sin contrapesos; lo que llevó a la ciudad a una sobreoferta de vivienda con pocos servicios y espacios públicos disponibles. Este modelo construyó una ciudad de grandes distancias, muchos predios vacíos y con poca cohesión comunitaria, lo que a su vez se manifiesta en los altos índices de violencia, inseguridad, adicciones y suicidios que enfrenta la ciudad.

Pero ¿quién dijo que todo está perdido? El municipalismo centrado en las personas ofrece una oportunidad para hacer frente a este cambio acelerado en nuestras ciudades.

Los gobiernos locales tienen en sus manos una serie de políticas de uso de suelo y ordenamiento territorial –hasta ahora rara vez usadas– que pueden ayudar a revertir las consecuencias del crecimiento acelerado y desordenado, pero tanto el fortalecimiento de las finanzas públicas locales como la organización y participación comunitarias se vuelven centrales para lograrlo.

Bogotá ofrece un ejemplo de libro de texto sobre cómo hacerlo posible. Más allá de la fortaleza y autonomía de las finanzas públicas locales, el gobierno de la capital colombiana apostó por utilizar declaratorias de desarrollo y de construcción prioritarios, de manera que algunos predios están sujetos a venta forzosa en una subasta pública si se mantiene desocupado durante cierto período de tiempo para especular. Esto ha permitido que la ciudad tenga una herramienta para poder combatir la especulación inmobiliaria de forma efectiva.

Sin instituciones locales y comunidades fuertes que planten cara al crecimiento urbano acelerado y desordenado, provocado por la especulación inmobiliaria, estaremos condenando a generaciones actuales y futuras a crecer en comunidades segregadas y donde el acceso a lo público sea un privilegio para unas cuantas personas.

Luchemos por ciudades que cuiden a sus familias y comunidades, que pongan nuestro bienestar en el centro de las decisiones públicas. A veces, todo empieza con un barrio que respalda.

Las opiniones publicadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan ninguna posición por parte de Business Insider México.

Descubre más historias en Business Insider México

Síguenos en Facebook , Instagram y Twitter

Consulta a más columnistas en nuestra sección de Opinión

Suscríbete aquí a nuestro Newsletter

Tienes algo que contarnos, escríbenos a editorial@businessinsider.mx