Carlos Brown

Carlos Brown

Colectivo

Seguramente has escuchado muchas veces durante el último lustro sobre el Acuerdo de París. Hace exactamente cinco años se realizó la 21ª Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático en París, Francia. Al concluir este evento, se anunció que se había conseguido un acuerdo mundial para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero; este empuja esfuerzos de manera colectiva para limitar el aumento de la temperatura global promedio a 1.5ºC; en el largo plazo se espera que dicho aumento esté por debajo de los 2ºC para mantener los niveles pre-industriales.

En el marco de este acuerdo, además de los compromisos colectivos, cada país propuso una serie de acciones unilaterales –es decir, por su cuenta– para reducir las emisiones nacionales. Estos compromisos unilaterales ambiciosos, progresivos y sucesivos se reflejaron en los compromisos nacionalmente determinados –o NDC, por sus siglas en inglés– que se actualizan y evalúan de manera periódica. Como podrás imaginar, cada país determina objetivos y acciones con diferentes grados de ambición, de acuerdo con su voluntad y capacidad para combatir la crisis climática desde sus propias trincheras. En este vínculo puedes ver los NDC de México.

Pero, ¿qué tanto es “tantito”? Pareciera que entre 1.5 y 2ºC no hay mucha diferencia, pero las implicaciones globales entre una meta y otra son abismales. Esos 0.5ºC adicionales llevarían a un aumento adicional de 10 cent en el nivel del mar para 2100, al doble de sequías en el Mediterráneo, y a las olas tropicales a durar hasta un mes más. Los 0.5ºC serían la diferencia entre tener y no tener corales en el futuro. Para saber qué más pasaría si la temperatura del planeta aumenta 2ºC para 2050 –como se espera hasta ahora que ocurra– puedes ver este sitio [en inglés]. De esta manera, ese “tantito” en realidad es la diferencia entre tener o no un futuro para nuestro planeta y la humanidad que en ella habita.

Es por eso que en las últimas semanas ha tomado cada vez más fuerza el empuje de la descarbonización de nuestras economías alrededor del mundo. A lo que esta palabra larga se refiere es a la decisión política de que una economía sea neutral en carbono, es decir, que su producción de emisiones de dióxido de carbono neta sea cero o negativa. ¿Cómo puede ser negativa? Pues existen tecnologías que permiten que se absorba o “secuestre” el carbono emitido a la atmósfera; además hay mecanismos de mercado que permiten compensar las emisiones de una economía –lo que no emite una se lo vende a otra para que así compense las emisiones por encima de un límite.

El Acuerdo de París plantea el ambicioso compromiso de que en la segunda mitad del siglo se alcance la neutralidad en carbono en todo el mundo. Para ello, contiene una disposición para que los países preparen planes de descarbonización a 2050, es decir, estrategias de reducción de emisiones a largo plazo o estrategias de mediados de siglo. Si se diseñan e implementan de manera adecuada y con el objetivo de incrementar su ambición, los planes de descarbonización pueden ser mucho más que un mero artículo en el Acuerdo de París, y representar acciones concretas para cumplir con los NDC. Sin embargo, de acuerdo con el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, a como están planteadas ahora las NDC de todo el mundo, estos compromisos se traducirían en un aumento aproximado de 3°C hacia 2100. Es decir, los objetivos y acciones comprometidos hasta el momento no son suficientes y existe una enorme brecha que cerrar.

Hasta el momento, algunos países han manifestado su intención de ser neutrales al carbono para 2035, muchos de ellos entre las economías más desarrolladas del mundo. Por ejemplo, Nueva Zelanda –una economía que representa apenas el 0.16 % de las emisiones globales, pero cuyas emisiones per cápita están entre las más altas de la OCDE– ha declarado la crisis climática y su intención para alcanzar la neutralidad de carbono para 2025.

El problema es que, aunque cada vez tenemos más países apuntando hacia la descarbonización, entre ellos no se encuentran los grandes emisores globales –como Estados Unidos, India, Rusia o México–, aunque el gobierno de China, el mayor emisor de contaminantes en el mundo, afirmó recientemente que esperan alcanzar la neutralidad de carbono para 2060. Así, las asimetrías entre los países ricos y el resto del mundo se reflejan una vez más en estos compromisos

Esto se debe a que el camino hacia la descarbonización no es sencillo. Más allá de la voluntad, requiere grandes inversiones –tanto públicas como privadas– para la investigación, desarrollo y compra de tecnologías, así como el desarrollo de infraestructura para el reemplazo de los combustibles fósiles; además de un marco normativo adecuado para crear los incentivos para que esto ocurra y para que no termine beneficiando a unas cuantas personas a costa de millones.

En el caso mexicano, las decisiones de política energética y climática de la actual administración federal apuntan a que estamos muy lejos de voltear a ver siquiera una ruta hacia la descarbonización de nuestra economía. Sin embargo, de cara a los compromisos nacionalmente determinados, podríamos empezar por los tres sectores –electricidad, petróleo y gas, y transporte– que aportan la mitad de las emisiones nacionales. Para poder empezar cualquier esfuerzo en esa dirección es clave contar, al menos, con rutas de descarbonización a 2030 y 2050 en dichos sectores. Sin embargo, la clave será el financiamiento: cualquier intento por avanzar hacia la descarbonización requerirá un financiamiento –público y privado– acorde a la dimensión del reto.

La oposición a tomar este camino no se hará esperar. Se argumentará de manera incesante –como ya se hace– que quienes proponemos que se debe elegir la ruta hacia la descarbonización queremos limitar el progreso económico de nuestras sociedades. Sin embargo, no son caminos mutuamente excluyentes: la ruta hacia la descarbonización puede hacerse para beneficiar a la economía en el agregado, pero debe hacerse con la justicia climática y social en el centro de cualquier esfuerzo, pues la crisis climática afecta más a quienes menos tienen. Más allá, en su núcleo requiere un compromiso firme de no dar vuelta atrás al abandono de los combustibles fósiles. Entre más nos tardemos, más difícil será el cambio de rumbo.

Las opiniones publicadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan ninguna posición por parte de Business Insider México.

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