• A lo largo de la historia, las sirenas se han representado de diferentes maneras en la literatura y el cine.
  • En Odisea de Homero, son seres mitad aves, mitad mujer que hechizan a los marineros con sus cantos.
  • Hans Christian Andersen cambió su mala reputación con su cuento La Sirenita, en donde la protagonista se enamora y cambia su voz por un par de piernas.
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La nueva película live-action de Disney ya está en los cines de México: La Sirenita, una adaptación libre del cuento del autor danés Hans Christian Andersen, que se publicó originalmente en 1837.

Este clásico ya fue llevado por Disney a la pantalla grande en 1989 como película animada. Y aunque esta nueva versión presenta actores o personajes creados con CGI, sigue el mismo molde.

En el cuento de Andersen y en las dos adaptaciones cinematográficas, la protagonista es una joven bellísima, con cola de pez y una voz cautivadora. Pero ¿siempre se han representado las sirenas de esta manera?

Las primeras sirenas eran mujeres aladas

La primera mención a las sirenas en la literatura occidental se remonta a la Odisea de Homero. En su regreso a su patria Ítaca, después de la Guerra de Troya, el héroe Odiseo (Ulises para los romanos) sufrió muchísimas aventuras por el Mediterráneo y tuvo que enfrentar peligrosos seres, entre ellos las sirenas.

La maga Circe le previene de estos peligros, y el primero de ellos son las sirenas “que a los hombres encantan”. Quien, incauto, se aproxima a ellas y escucha su voz se siente irremediablemente atraído y no regresa a su patria.

Estas sirenas vivirían en algún lugar de la actual costa de Nápoles, Italia. Con su dulce canto —que heredan de su madre, una de las musas— hechizan y retienen a los hombres, por lo que la costa está llena de huesos de marinos.

sirenas
The British Museum, CC BY-NC-SA

Odiseo sigue el consejo de Circe para poder disfrutar de la dulcísima voz de las sirenas sin riesgo: a él lo amarran al mástil y sus hombres se tapan los oídos con cera.

Homero no las describe, pero conservamos cerámica que reproduce esta escena de la Odisea y las representa como mitad mujer, mitad ave.

También se tropiezan con ellas los Argonautas en su viaje de regreso tras adquirir el vellocino de oro. En esta ocasión es Orfeo quien, con su canto, las contraprograma y logran superar el peligro. Y en un poema posterior titulado las Argonáuticas órficas, el canto de Orfeo trae consigo la muerte de las sirenas y su transformación en rocas.

En la mitología y la literatura clásicas hay seres híbridos, como las sirenas, con partes de su cuerpo con forma humana y otras partes con rasgos animalescos: harpías, gorgonas, esfinges.

Todas son mujeres, están asociadas a lo negativo y a la perdición de los hombres.

Seductoras con cola de pez

El primer testimonio que describe a las sirenas con cola de pez es el Libro de los monstruos de diverso tipo, un bestiario (una colección de descripciones de animales reales o fantásticos) anónimo en latín del siglo VIII.

“Las sirenas son doncellas marinas que engañan a los navegantes con su bellísimo aspecto y con la dulzura de su canto”, dice el texto. “Desde la cabeza al ombligo tienen un cuerpo de doncella y son muy parecidas al ser humano, pero tienen escamosas colas de peces”.

Dejaron así su hábitat en la tierra, aunque cerca de la costa, para sumergirse en el fondo del mar. Una de sus características que más destaca por primera vez es su belleza.

la sirenita
Wikimedia Commons

El escritor y humanista Boccaccio recoge en su Genealogía de los dioses paganos las tradiciones clásica y medieval. Ofrece una interpretación alegórica de estos seres híbridos. Insiste en su belleza y su capacidad para engatusar a los hombres, comparándolas con las prostitutas.

De aquí en adelante, se las asocia con lo peor del género femenino: el erotismo de su atractivo físico (con frecuencia se las representa con los senos desnudos y largos cabellos) seduce a los ingenuos hombres y les hace perder su dinero o, peor aún, su alma.

Las sirenas se convierten en una tentación continua contra la que se predica desde la moral cristiana.

De malvadas a enamoradas

En el Romanticismo, la visión negativa de la sirena se contrarresta con la nueva imagen, mucho más positiva, representada en el cuento de Andersen.

La protagonista de este texto, se enamora de un apuesto príncipe después de rescatarlo de un naufragio, y sale a la superficie cuando cumple 15 años.

Por amor al príncipe, la sirena renuncia a la seguridad de su medio y hace un tenebroso pacto con la bruja del mar: cambia su preciosa voz por dos piernas. El hechizo le provoca terribles dolores al caminar o bailar, pero no le importa.

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Wikimedia Commons

El trato con la bruja la obliga a casarse con el príncipe para salvarse. La sirena sabe que, si no lo logra, morirá y se deshará en espuma del mar. Aunque el príncipe la quiere como a una hermana, se casa con la princesa que cree que le salvó de ahogarse en el naufragio.

La bruja le ofrece una salida para no morir: asesinarlo y volver a convertirse en sirena. Ella es incapaz de hacerlo y se arroja al mar para evitarlo.

Sin embargo, gracias a su amor, en vez de convertirse en espuma, se transforma en una de las hijas del aire, seres que pueden conseguir un alma inmortal si hacen buenas obras.

El siglo XXI y las sirenas

A pesar de esta dulcificación de su imagen, aún queda en nuestro mundo la huella de la visión negativa de las sirenas. Así, la expresión “cantos de sirena” se utiliza para designar un discurso agradable y persuasivo que encierra un engaño.

Afortunadamente, este concepto convive con el otro, mucho más positivo, que retrata a las sirenas como muchachas con cola de pez, hermosas e inofensivas, incluso benefactoras, como la del cuento de Andersen o la adaptación de Disney.

Seres que se han convertido en símbolo de ciudades, como la Sirenita de Copenhague, o incluso logos de empresas, como la sirena de dos colas de Starbucks.

Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.

*The Conversation es una fuente independiente y sin fines de lucro de noticias, análisis y comentarios de expertos académicos.

*Regla Fernández Garrido es catedrática de Filología Griega en la Universidad de Huelva.

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