• El presidente chino Xi Jinping tiene muchos problemas: desde manifestantes con folios en blanco hasta una economía que se desmorona.
  • Pero descubrir los límites de su poder solo le hará más paranoico —y desafiante— que nunca.
  • Y Xi Jinping sabe que cualquier signo de debilidad o vacilación puede acabar con su legitimidad y provocar su fin.
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En lo que ha sido una semana impactante, China ha estallado en protestas masivas que reclaman el fin de los restrictivos confinamientos para frenar el covid en el país.

Los manifestantes más atrevidos han exigido incluso el fin de la represión política en China, un desafío sorprendente y sin precedentes al régimen autoritario del presidente Xi Jinping. 

«Esta es la primera prueba real para Xi», explica Minxin Pei, politóloga del Claremont McKenna College y destacada experta en gobernanza en China. «Las opciones son muy difíciles, y no se ha enfrentado a un reto tan duro en la última década«.

Xi no dispone de las herramientas necesarias para superar la prueba

La relajación de los confinamientos podría provocar una crisis de salud pública potencialmente devastadora.

China sigue careciendo de vacunas eficaces, y una gran parte de la población, especialmente los ancianos, no se ha puesto al día con las vacunas de refuerzo de las que sí dispone el país. 

Obligar a la gente a quedarse en casa es la única respuesta de salud pública que China tiene la capacidad de aplicar.

Por el momento, Xi tampoco tiene forma de convencer al pueblo chino de que siga creyendo en su gobierno.

Como las perspectivas de crecimiento se han debilitado en los últimos años, tiene poco que ofrecer en forma de crecimiento económico u oportunidad empresarial para distraer a la gente del creciente malestar político.

Como escribieron los analistas de Societe Generale en una nota a los clientes el mes pasado, la economía china está «en una zanja».

Eso deja a Xi con la única opción a la que suelen recurrir los autoritarios cuando se enfrentan a la presión interna: más represión para mantener el orden, como hizo Xi en Hong Kong.

«Si vemos otra ronda de protestas», dijo Pei, «dirán: volvamos a las viejas costumbres de usar la fuerza para mostrar determinación». La opción para Xi es el encierro o las porras. Y en cualquier caso, el pueblo chino pierde.

Xi no va a cambiar de estrategfuas

Pekín trató de relajar de manera sutil las restricciones impuestas por el Covid-19 el mes pasado, reduciendo el tiempo de cuarentena para aquellos que habían estado en contacto con el virus.

Fueron retoques menores, pero el número de casos de covid se disparó de inmediato, lo que provocó un endurecimiento de los confinamientos en todo el país.

El mes pasado, 53% de las empresas encuestadas por el Libro Beige de China, una empresa dedicada a la recopilación de datos, informaron de casos de Covid-19 entre sus empleados, frente a 24% de octubre.

Durante la última oleada de protestas a nivel nacional —el levantamiento de la Plaza de Tiananmen de 1989— las autoridades se enfrentaron a los manifestantes pacíficos con violencia, matando a miles de personas.

Xi está dispuesto a evitar que se repita el derramamiento de sangre, pero tiene poco margen de maniobra

Ahora puede aceptar las vacunas occidentales o retroceder su política de covid cero sería una admisión tácita de que es falible. 

Permitir una mayor expresión política solo desencadenaría más protestas y descontento contra el Gobierno.

Así que, de momento, las fuerzas de seguridad chinas intentan sofocar la oposición de la forma más discreta posible, recurriendo a su generalizado estado de vigilancia para identificar a los manifestantes y amenazar a sus familias. 

A pesar de los «inconvenientes» de la política covid cero —como ha descrito un medio de comunicación estatal—, la política ha servido para centralizar aún más el control de Pekín sobre todos los ciudadanos chinos.

Según los protocolos de covid cero, los ciudadanos deben mostrar un «código verde» en sus teléfonos inteligentes cada vez que entran en lugares públicos o viajan en transporte público.

El código indica que no tienen covid, que no han estado cerca de nadie que haya tenido covid y que no provienen de una zona en la que se esté produciendo un brote. 

Lo que el mecanismo de rastreo no detectó fue el creciente nivel de descontento que impulsó a decenas de miles de personas a salir a las calles a protestar

Ese fallo tendrá consecuencias políticas. «El Partido Comunista de China tendrá que hacer un examen de conciencia», afirma Pei. «Lo que ha ocurrido esta vez es que el estado de vigilancia no ha detectado las protestas antes de que se produjeran. Eso es bastante grave».

El Partido Comunista de China está tratando de calmar la situación atacando al propio covid

Los dirigentes han anunciado planes para intensificar la vacunación de las personas mayores, un esfuerzo modesto que pretende preservar la política de Xi de covid cero —y, por tanto, su figura—.

Por el momento, el partido también está siendo benévolo con los manifestantes, con la esperanza de que los disturbios no vayan a más. 

Pero está por ver, advierte Pei, si esa estrategia funcionará. «¿Van a mantener esta pequeña puerta abierta para que la gente pueda desahogarse? ¿O van a mantener la represión al estilo de Corea del Norte todo el tiempo?».

¿Cuáles son las tensiones en China?

Desde Tiananmen, los ciudadanos chinos han cambiado su libertad política por la promesa del Partido Comunista Chino de una gestión competente y un crecimiento económico.

Durante años, el trato funcionó: el nivel de vida aumentó, el PIB se disparó y el país disfrutó de décadas de relativa estabilidad política. Pero en los últimos años, el Partido Comunista de China no ha cumplido su parte del trato.

Los ambiciosos planes para dominar el futuro de la tecnología han tropezado. El desempleo juvenil alcanzó 20%. Las ventas al por menor y la producción industrial siguen siendo decepcionantes.

Las exportaciones, que han sostenido la economía durante la caída en picada, están empezando a caer debido a la ralentización del crecimiento mundial. 

China solía ser la fábrica del mundo; ahora, los inversionistas internacionales se echan atrás en el momento en que el país está más desesperado.

Para empeorar las cosas, una enorme burbuja inmobiliaria se está desinflando mientras la población envejece y disminuye, una receta para el declive económico a largo plazo. 

China se encuentra atrapada en un bucle doloroso y volátil

A menos que relaje la política de covid cero, su economía seguirá en ruinas, lo que significa que Xi no podrá ofrecer a su pueblo crecimiento económico.

Y hasta que no pueda ofrecerles crecimiento económico, deberá utilizar el estado de vigilancia construido en torno al covid cero para mantener su poder.

Ante ello, Xi ha respondido al dilema protegiendo su propia imagen desviando la culpabilidad. 

Los medios de comunicación estatales han culpado a las fuerzas occidentales de urdir las protestas, han trasladado la responsabilidad de los confinamientos preventivos del covid a autoridades locales demasiado entusiastas y han acusado a las empresas de análisis de covid de explotación.

Xi sabe que cualquier signo de debilidad o vacilación puede acabar con su legitimidad y provocar su fin

Otro líder podría considerar la posibilidad de abrir el país a la inversión extranjera, lo que ayudaría a impulsar la economía. Pero Xi es un aislacionista, no un aperturista.

Desde que asumió el poder, ha reforzado el control de la economía y de muchos elementos de la sociedad, al tiempo que ha hecho gala de su oposición a los ideales democráticos occidentales. 

Su impulso es aplastar a sus enemigos, ya sean rivales políticos o manifestantes de Hong Kong.

Es conocido por ser un estudioso de la Unión Soviética, y ha culpado de su colapso a los líderes soviéticos que fueron demasiado blandos con los activistas democráticos, que se permitieron ser criticados por su propio pueblo. Es poco probable que ahora dé la espalda a esas creencias.

Wall Street sigue abalanzándose sobre cualquier señal, por pequeña o insignificante que sea, de que China podría estar abriendo sus relaciones comerciales. Es completamente comprensible.

Hay mucho dinero que ganar en China, y su economía mejoraría casi con toda seguridad si se flexibilizaran las restricciones de covid. 

Sin embargo, ese optimismo ignora la auténtica realidad. 

Bajo el mandato de Xi, China ya estaba cerrando sus puertas mucho antes de que se produjera la pandemia. Sigue siendo el mismo líder que purgó a sus enemigos del partido, destruyó industrias enteras para reforzar su control sobre la economía y acabó con la democracia en Hong Kong.

Su tendencia es a centralizar el poder, no a permitir que se disperse. 

Independientemente de lo que piensen los inversionistas, es poco probable que eso cambie, mucho después de que tanto la pandemia como las protestas hayan remitido.

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