• Wall Street siempre supo que este día llegaría. Los inversionistas han hablado de ello incesantemente durante años.
  • Solo que, al igual que pasa con una ruptura, nadie sabía la hora ni el día.
  • Un montón de dinero acaba de evaporarse, y probablemente mucho más está a punto de desaparecer junto con él.
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Bienvenidos al verano infernal de Wall Street: un periodo de extrema volatilidad e incertidumbre que traerá un ajuste de cuentas casi bíblico a los mercados. Los últimos se convertirán en los primeros, y los primeros en los últimos.

Después de años de inflarse, está cada vez más claro que la «burbuja total» ya estalló. Desde el inicio de 2022, el S&P 500 cayó más de 18%; mientras que el Nasdaq, de gran peso tecnológico, casi 30%.

Esta es una combinación demoledora de inflación, aumento de los tipos de interés, guerra en Europa, confinamientos en China, empresas no rentables que se enfrentan a la realidad y miedo a la recesión. Esto deja claro que no se trata solo de un descenso en el corto plazo, sino de un cambio fundamental para los mercados.

«Creo que nadie tiene ni idea, esa es mi opinión», explica un experimentado inversionista.

«Si los mercados de renta variable caen 30% a partir de aquí, lo más probable es que yo compre», continúa. Cambió de opinión y corrigió lo que dijo.

Este tipo de desconcierto y temor se apodera cada vez más de Wall Street a medida que se acerca el verano. El inversionista, que habla bajo condición de anonimato para poder hacerlo libremente de su estrategia, cuenta que hay demasiadas variables que afectan al mercado. Entre ellas están el estado de ánimo de Putin hasta el precio de los fertilizantes. Y hay que tener en cuenta todas al intentar posicionarse de cara al futuro.

Existen muchas cosas que todavía pueden ir en la dirección equivocada. Esto hace imposible saber si una caída adicional de 30% desde los niveles actuales supondría realmente tocar fondo. Si el mercado sigue a la baja, no sabe lo que hará.

Siempre se puede ganar dinero en los mercados volátiles, toda operación tiene dos caras. No obstante, los ciclos bajistas como este son especialmente peligrosos porque pueden provocar un giro violento. Los inversionistas tienen que preocuparse de que las acciones se derrumben a su alrededor. Además, también tienen que estar preparados para los repuntes que pueden aparecer como tormentas de la nada y dejar atrás a los menos ágiles. 

Los mercados se convirtieron en una suerte de natación avanzada para adultos. A menos que seas un profesional experimentado, te sugiero que evites mirar tu cartera de inversión o plan de jubilación hasta el próximo año. Nadie sabe realmente dónde está el fondo ni qué pasará después. Este verano, el mercado se va a derretir, y los inversionistas grandes y pequeños se van a quemar antes de que termine.

El calor no deja de subir

Durante los últimos 10 años, los veranos de Wall Street fueron generalmente fáciles. Impulsadas por unos bajos tipos de interés, una deuda barata y una economía estable, las acciones subieron a lo largo de la década con pocos contratiempos en el camino.

Durante la pandemia, el mercado se volvió absolutamente loco. El entusiasmo de los inversionistas y la repentina inyección de planes de estímulo impulsaron el boom. Fue tal que casi cualquier empresa podía salir a bolsa, incluso una charcutería de Nueva Jersey. Los mercados alcanzaron máximos históricos casi a diario. 

Chamath Palihapitiya, inversionista de capital riesgo, y Cathie Wood,  inversionista especializada en el sector tecnológico, se convirtieron en influencers de TikTok. Sus principales seguidores son los entusiastas minoristas. Wood y Palihapitiya los animaron a olvidarse de las absurdas reglas de las finanzas sobre los flujos de caja y la deuda. En su lugar sugieren apostar por empresas de largo recorrido con tecnología emergente (a menudo cuestionable). Wall Street —que nunca deja que una buena moda se pierda— también se olvidó de sí mismo. El dinero que se movía en toda esta locura era demasiado bueno para dejarlo pasar.

Pero todo eso cambió en los últimos seis meses. El mercado pasó de ser libre y fácil a ser un caos. Este nivel de destrucción parece impresionante, pero no debería: Wall Street siempre supo que este día llegaría. Los inversionistas hablaron de ello incesantemente durante años. Solo que, al igual que con una ruptura, nadie sabía la hora ni el día. Tampoco sabíamos lo salvaje que sería cuando llegara.

La inflación no apareció de manera silenciosa o sutil

En el verano de 2021 la inflación comenzó a subir en serio y recientemente alcanzó niveles no vistos desde 1980. El índice de precios al consumo alcanzó 8.3% en abril, poco menos que los récords recientes, pero todavía más de cuatro veces lo que quiere la Reserva Federal.

En consecuencia, la instancia no tiene más remedio que subir los tipos de interés, una medida que puede ser buena para la economía a largo plazo, pero que aplastaría las acciones entretanto.

Las presiones que hacen subir los precios también provienen de todo el mundo. China impuso confinamientos generalizados en Shanghái, sede del mayor puerto del mundo, que está experimentando grandes retrasos. Si a esto le añadimos el problema del transporte por carretera y el cierre de fábricas, tenemos una caída masiva de las exportaciones y un aumento de los precios para los consumidores estadounidenses.

«Ahora la gente pregunta en las conferencias telefónicas qué parte de sus cadenas de suministro está en China», explica Justin Simon, gestor de carteras de Jasper Capital. «Desde un punto de vista geopolítico, creo que eso es realmente interesante».

El calor del exterior no viene solo de China. El ataque de Rusia a Ucrania está presionando los precios de los suministros de alimentos y energía, añadiendo incertidumbre a lo que ya son los componentes más volátiles de la inflación. El nuevo estatus de paria de Rusia también está haciendo que las empresas y los inversionistas reconsideren dónde y cómo hacen negocios.

La teoría de que comerciando con un país Estados Unidos puede hacerlo más democrático se quedó en el camino, por lo que hay que tener en cuenta la política. Ahora solo hacemos negocios con nuestros amigos. En lugar de la hipereficiencia —poner fábricas en cualquier país, sin importar su política interna, siempre que abarate la producción—, los inversionistas quieren ahora más control y redundancia en la cadena de suministro, para que un eslabón roto no perjudique todo el sistema.

El mundo de la banca es muy consciente de este cambio. El CEO de JPMorgan, Jamie Dimon, declaró a Bloomberg que «la Guerra Fría volvió» y que necesitamos más coordinación con nuestros aliados «no solo con fines militares, sino de inversión global, económica y estratégica». Traer de vuelta a Estados Unidos piezas de la cadena de suministro que antes enviábamos al extranjero —contratistas de defensa y metales y fertilizantes y petróleo— será caro. Pero el gasto vale la pena.

«Sabes que se avecinan problemas de suministro, pero no sabes dónde están», explica el inversionista experimentado, quien también supervisa empresas industriales y manufactureras. «Es toda esta mierda del ‘whack-a-mole’ [el popular juego que consiste en golpear a los topos que salen de su madriguera] en la que no sabes qué parte de la cadena de suministro se va a fastidiar».

En medio de la inflación, el caos de la cadena de suministro y la presión geopolítica, la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) está haciendo todo lo posible para frenar los precios. La Fed subió los tipos de interés en 0.5 puntos a principios de mayo —la primera subida de medio punto porcentual en 22 años— y adelantó que se avecinan más subidas importantes. La idea es que el aumento de los tipos de interés hará más difícil obtener préstamos para las empresas y los hogares, lo que ralentizará la economía y frenará el aumento de precios.

La pregunta que revuelve el estómago es si la Fed puede hacer lo suficiente con esta flexibilización sin llevarnos a la recesión. Ya iba a ser necesario el nivel de equilibrio y habilidad de un gimnasta olímpico para lograr este aterrizaje. Ahora, con la guerra en Ucrania y la pandemia recrudeciéndose en China, es como si la viga de equilibrio del gimnasta se hubiera engrasado y hubiera habido un derrame de petróleo en la colchoneta.

Algunos de ellos son retos a corto plazo. Pero otros no lo son. La Unión Europea parece decidida a desprenderse del gas ruso. La globalización se está replanteando, especialmente en los sectores de la tecnología y la defensa. Y la relación de Estados Unidos con China no hace más que enfriarse. Todo ello requiere una reestructuración fundamental de la maquinaria financiera: de dónde fluye el dinero y por qué. Este tipo de recalibraciones no son fáciles, y suelen causar mucho dolor en el camino.

Este es el tipo de mercado que convierte a los genios en idiotas

En este entorno, algunos inversionistas, como Simon, gestor de carteras de Jasper Capital, prefieren sacar algo de efectivo del mercado y esperar. Obtuvo dos dígitos en lo que va del año. «Esta primavera acerté de lleno», dice. «Porque estaba largo en petróleo y gas y había apostado en corto contra Cathie Wood». (Es decir, tenía posiciones bajistas en las empresas tecnológicas en fase inicial por las que ella apostaba).

El ETF insignia de Wood —que rindió 156% en 2020— bajó un 75% desde su máximo histórico y cerca de 60% este año. En otras palabras, Simon se adelantó a una de las piezas clave del derrumbe del mercado: el colapso tecnológico. Durante años, los rendimientos de Wall Street se vieron reforzados por una fiebre del oro de la tecnología que se basaba en los bajos tipos de interés y la deuda barata para alimentar a las empresas que prometían grandes visiones del futuro, pero que no obtenían beneficios. Pero en un mundo en el que pedir dinero prestado cuesta más, los sueños de un futuro lejano no importan tanto como el dinero en efectivo en el presente.

«La tecnología es una rueda volante», explica Simon. «Cuando entra dinero, Silicon Valley contrata y las empresas empiezan a utilizar los servicios de las demás. Todos son usuarios de la tecnología de los demás: cuentas premium de LinkedIn, compra de computadoras Apple, uso de Salesforce, alojamiento de sus datos en Amazon». Pero ahora ese éxito entremezclado se está convirtiendo en una caída en picado del sector.

No solo los Woods del mundo están siendo golpeados por la destrucción tecnológica. En abril, Bill Ackman, un chico de oro de Wall Street que dirige Pershing Square Asset Management, anunció que había perdido 400 millones de dólares (mdd) en su inversión en Netflix, una posición que anunció apenas tres meses antes.

En lo que fue esencialmente una carta de disculpa a sus clientes, Ackman explicó que no había nada malo con el producto de Netflix o su gestión. Las condiciones (los tipos de interés) simplemente cambian, y, escribió: «a la luz de los recientes acontecimientos, perdimos la confianza en nuestra capacidad para predecir las perspectivas futuras de la compañía con un grado suficiente de certeza».

Al igual que muchas empresas tecnológicas que experimentan un traumatismo extremo en el mercado de valores, Netflix siempre se ha basado en el crecimiento de los usuarios para impresionar a los inversionistas, pero alimentó ese crecimiento con un montón de gastos y deuda. Compañías como ésta fueron las favoritas de la última década. Era tan fácil pedir dinero prestado que no tenían que hacer nada. Podían simplemente endeudarse y mostrar lo mucho que estaban creciendo.

«El beso de la muerte para la tecnología es cuando empieza a hablar de rentabilidad: entonces baja la marea y se descubre quién estuvo nadando desnudo», dice Simon.

Y de rentabilidad es de lo que habla Silicon Valley ahora mismo. El CEO de Uber básicamente dio un sermón al respecto la semana pasada y dijo que en adelante la contratación sería un «privilegio». Meta empezó a reducir costes. Y muchas fintech están sufriendo ya despidos. Incluso algunos de los gigantes tecnológicos más resistentes sufren las consecuencias: Apple acaba de perder su condición de empresa más valiosa del mundo y un 20% en el año.

Esto no es un simulacro. Un montón de dinero acaba de evaporarse, y probablemente mucho más está a punto de desaparecer junto con él.

Que tengas un buen verano, Wall Street

En un movimiento de mercado tan dramático como éste, las empresas de inversión (especialmente las grandes) pueden quedar atrapadas. En teoría, podrían empezar a comprar otros activos, pero en la práctica Wall Street no funciona así. No es fácil que una empresa de inversión cambie su estrategia sin más. Por un lado, los clientes compraron por la estrategia que vendías: les gusta ver más de lo que funciona.

Por otro, los inversionistas compran lo que conocen. Y ahora mismo gran parte de Wall Street está formada por personas que saben cómo ganar dinero con acciones tecnológicas de alto crecimiento y escaso efectivo. No conocen un mundo en el que las empresas tienen que ganar dinero para ser valiosas. Saben cómo valorar las empresas tecnológicas, no las energéticas. Saben de software, no de cadenas de suministro. Este es el tipo de momento para el que se inventó la frase «adaptarse o morir», y esa adaptación podría llevar años, no semanas ni meses.

Para la mayor parte del mundo financiero, este verano será de largas horas y de mitigación de pérdidas. El año pasado, los gestores de riesgos y los prime brokers (banqueros que prestan servicio a las empresas financieras) probablemente pudieron pasar el verano en los Hamptons. Este año tendrán que pasar el tiempo en la oficina, apagando incendios y viendo cómo las carteras de sus clientes saltan por los aires. A veces ese es el trabajo.

No te culpo en absoluto si no sientes la menor lástima por ninguno de estos multimillonarios ni por los millonarios que trabajan para ellos. Y tal vez tengas el tiempo y la disciplina para ignorar tu propia cartera de inversión o plan de jubilación hasta que el mercado se recupere, eso sería sabio. Pero considera, si puedes encontrarlos en tu corazón, a los inversionistas minoristas que entraron en el mercado mientras pensaban que las cosas eran buenas y ahora son destrozados. Puede que no fueran los inversionistas más informados, pero en su mayoría eran personas normales. Y según Morgan Stanley, perdieron todos esos beneficios. En una señal reveladora de que la fiesta ha terminado, Robinhood, la omnipresente aplicación de trading, está pasando por una ronda de despidos, y las criptomonedas también están siendo masacradas (no digas que no te lo advertimos).

Hay tres maneras en que esto puede terminar.

La Reserva Federal podría realizar su acto de equilibrio olímpico, lo que significa que Estados Unidos vería un breve período de crecimiento más lento, pero la inflación retrocedería y las cosas volverían a la normalidad (sea lo que sea que eso signifique ahora). Otra opción es la estanflación, es decir, que las subidas de los tipos de interés de la Reserva Federal no logren controlar la inflación, pero que la economía siga ralentizándose, lo que conllevaría un doble golpe de precios altos y un desempleo miserable. Por último, las subidas de los tipos de interés podrían paralizar los préstamos en Estados Unidos, arruinar su sólido mercado de trabajo actual y empujarlos a una recesión.

Dos de estas tres opciones son dolorosas, pero Wall Street (y todos los demás) tienen poco que hacer mientras tanto, excepto sudar la gota gorda. Esa impotencia es lo que hace que este momento sea tan infernal, pero trata de no preocuparte. El próximo mercado que nos encontremos ofrecerá oportunidades para todo tipo de inversionistas. Por desgracia, mientras tanto, tenemos que ver cómo arde este mercado.

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