Carlos Brown

Carlos Brown

Colectivo

Cuando imaginamos un mundo distópico, solemos imaginarnos casos extremos como el que presenta Margaret Atwood en su obra ‘El cuento de la criada’, publicada en 1985. En esta novela, la escritora canadiense describe un mundo donde las mujeres en Estados Unidos pierden toda autonomía para decidir sobre sus cuerpos y sus vidas, gracias a la llegada de un gobierno religioso de ultraderecha. Así, las mujeres pasan a ser propiedad de sus esposos o sus amos, destinando a las pocas mujeres fértiles de esa sociedad a la procreación forzada de las hijas e hijos de la élite de ese gobierno.

Sin embargo, pocas personas pueden imaginar qué pasa cuando esos cambios se dan de forma tan discreta y paulatina que no nos damos cuenta de su ocurrencia. Tal es el caso de una noticia que se conoció esta semana, pero que pasó completamente desapercibida en los debates públicos y mediáticos: dos de cada tres empleos que se perdieron en la crisis de este año en México eran de mujeres.

Lo anterior se suma a un panorama que de por sí era desalentador para las mujeres mexicanas: desde antes de las crisis actuales, su tasa de participación laboral –es decir, el porcentaje de mujeres que trabajan en empleos entendidos como productivos respecto al total en edad de trabajar–  ya era una de las más bajas de Latinoamérica, con apenas 44.9%; por debajo del promedio regional de 52% y muy por debajo de la tasa de 77.1% para el caso de los hombres mexicanos.

Esto implica que, mientras que a finales de 2019 había 1.5 hombres trabajando por cada mujer, apenas medio año después esta cifra subió a 1.7 hombres por cada mujer en el mercado laboral. Pero el problema no solo radica en que las mujeres han salido de los mercados laborales, sino en que están tardando mucho más que los hombres en regresar a ellos. Poco más de siete de cada 10 empleos reactivados durante la nueva normalidad fueron para los hombres.

¿Cómo se explica esto? Una de las respuestas más claras viene por la crisis de los cuidados que enfrenta nuestro país. En medio de una pandemia global, con los sistemas públicos de salud rebasados tras su debilitamiento en las últimas décadas, con las escuelas y guarderías cerradas y las familias encerradas en casa, los cuidados se han vuelto aun más indispensables para sostener nuestras sociedades.

Frente a la falta de corresponsabilidad, tanto del estado mexicano –que no financia un adecuado sistema público de cuidados– como de las empresas y de los hombres en los hogares, la enorme labor adicional de cuidados en este año ha recaído aun más en las mujeres. Para poner en perspectiva, hasta el 2018 las mujeres ya realizaban 6.2 horas diarias de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, frente a 1.9 horas que realizan los hombres en promedio, según datos de la OCDE. Según la Cuenta Satélite de Trabajo no Remunerado de los Hogares del INEGI, este tipo de trabajo es equivalente a 23.5 % del producto interno bruto mexicano, aunque no se contabilice como parte del mismo. Así, nuestro sistema económico se sostiene en el trabajo invisibilizado que realizan decenas de millones de mujeres en nuestro país. Como dice Silvia Federici: “eso que llamamos amor es trabajo no pagado”.

Sin embargo, como plantea el premio Nobel de Economía Amartya Sen, la desigualdad de género no es un fenómeno homogéneo, sino que se manifiesta en al menos siete distintos tipos de desigualdades que se entrelazan y ocurren a lo largo de la vida de las mujeres; desde la natalidad y la mortalidad, hasta el empleo, la propiedad y la división del trabajo.

Así, la baja acelerada de la participación laboral de las mujeres se suma a una serie de desafíos a la autonomía de las mujeres, en un país donde la propiedad y los ingresos están aún fuertemente concentrados en los hombres y donde hay una clara división sexual del trabajo doméstico y de cuidados. Como planteaba desde 1929 la escritora Virginia Woolf en su famoso ensayo ‘Una habitación propia’, la plena autonomía de las mujeres no es posible sin ingresos y propiedad propios. Los obstáculos a la incorporación de las mujeres en los mercados laborales son una barrera más para su autonomía.

¿Queremos un mundo donde las mujeres no puedan estar en lo público o necesitamos un escenario distópico para que nos alarme siquiera pensarlo? Más allá de combatir la misoginia con que construimos nuestros espacios, debemos cuestionar y cambiar este sistema que fuerza el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado en las mujeres, alejándolas así de poder siquiera participar en la esfera de lo público.

Las opiniones publicadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan ninguna posición por parte de Business Insider México.

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