• El primer contacto con el mundo laboral de mucha gente no siempre va sobre ruedas.
  • Los becarios a veces viven situaciones surrealistas, embarazosas, divertidas o hasta humillantes.
  • Desde quedarse atascado en el ascensor varias horas en el primer día, hasta ser el chico de los recados.

La primera experiencia laboral de mucha gente llega a través de convertirse en becarios, y se viven situaciones particulares. Este tipo de contratos aportan el primer insight de cómo es realmente trabajar en una empresa y da la oportunidad de hacer los primeros «pininos» en prácticamente cualquier sector profesional.

La posición del becario es algo controvertida. Es cierto que es un puesto con, en teoría, menor responsabilidad, pero también lo es que las empresas esperan cierto nivel de compromiso y esfuerzo por su parte de cara a plantearse un futuro en la compañía.

Además, muchas veces, estos realizan un trabajo mayor al que deberían en función de sus horas y sueldo. Y, en otras ocasiones, su posición en la parte más baja de la cadena de mando los ha convertido en la comidilla, personas para todo y hasta menosprecio por parte de algunos compañeros.

Pero también, al tratarse de la primera toma de contacto con el mundo laboral de mucha gente, ha dado situaciones algo embarazosas, divertidas o surrealistas.

Aquí va una lista de algunas de las peores situaciones que le ha ocurrido a mucha gente cuando son becarios, algunas de manera anónima.

1. Quedarse atrapado en el ascensor durante horas en el primer día

«Era mi primer día de prácticas en una agencia de publicidad. Llegué mucho antes de la hora de entrada dispuesto a dar una buena primera impresión a mis nuevos compañeros y que vieran las ganas que tenía de empezar.

Pasé la recepción del edificio y me subí al ascensor. La oficina estaba en la sexta planta, pero yo no llegué a pasar de la segunda porque el ascensor se quedó atascado.

Además estaba completamente incomunicado. El ascensor era de estos viejos que casi no quedan en los que no había forma directa de comunicarse con el exterior por un interfón y tampoco había cobertura. Nadie sabía que yo estaba atrapado dentro.

Pasadas varias horas llegó un técnico que desbloqueó el ascensor y finalmente pude escapar. Subí los 4 pisos restantes por las escaleras y entré, al fin, en la oficina. Me recibieron de una manera un tanto hostil por haber llegado tarde y además tener el celular apagado.

Les expliqué la situación y tras varias risas generalizadas pude empezar mis prácticas. Desde ese día y aunque cambiaron el ascensor subo siempre por las escaleras». — Javier.

2. Si quieres café, tienes que pagar

«Estuve de becaria en una gran productora audiovisual. No me pagaban nada y las jornadas eran largas y pesadas muchos días, pero me hacía ilusión estar en mi primera experiencia laboral. No tardé mucho en desencantarme.

Los compañeros no me dirigieron una palabra en meses y eso que me veían todos los días, así que solo me relacionaba con más gente de prácticas.

Pero lo que más me bajó la moral fue que teníamos prohibido tocó una taza de café —de estas cafeteras americanas de filtro, café soluble y agua—, ya que era solo para trabajadores de planta.

Si quería un café, tenía que poner dinero en un vasito de plástico que había al lado de la cafetera. Nunca puse nada y tomé café siempre que me dio la gana». — Anónimo.

3. Flexibilidad, pero no mucha

«En una de mis prácticas entré en una consultora. Recuerdo que pedí algo de flexibilidad para poder compaginar estudios, prácticas y un curso intensivo.

Después de haber terminado el curso y estando yo trabajando a la 1 de la mañana, me llegó un correo de mi manager diciendo: «Tic, tac, tic, tac. El tiempo se agota». Para una cosa que teníamos que presentar al día siguiente.

De madrugada, sabiendo que yo estaba hasta el cuello con el curso, los estudios y el trabajo… Sin escrúpulos».  — Anónimo.

4. Plantéate si quieres seguir siendo explotado

«Mis segundas prácticas fueron en un think tank de una gran empresa tecnológica. Básicamente me tenían para hacer artículos sobre todo lo que te puedas imaginar.

Videojuegos, teléfonos, apps, ciencia, economía, conciliación laboral, motor, biología, sociedad… Si sabías pegarle al teclado ya servía. En una de mis jornadas interminables, habiendo hecho mucho más de lo que me pedían y varias horas pasado mi horario, me pidieron hacer otra publicación sobre una cosa de la que no tenía ni idea.

Se me cerraban los ojos y la cabeza me daba vueltas de tantas horas frente a una pantalla, pero lo terminé. Lo hice lo mejor que pude dadas las circunstancias. Cuando estaba levantándome para irme a casa, se acercó una de mis jefas y me recriminó la calidad de lo escrito y que si seguía así, «me replanteara mi futuro». — Anónimo.

5. Las prácticas administrando el alquiler de la casa de vacaciones de la dueña

«Una de las situaciones más extrañas de mi vida siendo becaria fue cuando entré a una agencia de comunicación.

Me advirtieron durante la entrevista que los ejecutivos de cuentas en prácticas solían durar muy poco, algo que debería haber sido una señal inequívoca de que no tenía que haber aceptado el puesto, pero como era mi primer empleo y tenía muchas ganas de trabajar cuando terminé la universidad, acepté.

El primer día me quedé dos horas sola sentada en la puerta de la oficina porque nadie vino a abrirme. Se habían olvidado de mí por completo.

Cuando finalmente se presentaron, me quitaron el móvil “para evitar distracciones”, me hicieron leer un manual de ventas y, después, me explicaron que mi función sería administrar el alquiler de la casa de vacaciones de la dueña de la agencia, y que ese iba a ser mi cometido durante lo que durara la beca (sin remunerar).

Es decir, no era un puesto de ejecutiva de cuentas para prensa como me habían dicho, a efectos prácticos era de comercial de inmobiliaria. Como te puedes imaginar, tras 24 horas horas en el puesto, dimití». — Anónimo.

6. Un aterrizaje exitoso

«El primer día que entré como becario a la sección de Deportes del diario El País estaba nervioso. Tras las presentaciones de rigor, me senté delante de mi computadora dispuesto a demostrar que tenían ante ellos a un profesional magnífico, a alguien verdaderamente trabajador y talentoso, al futuro del periodismo en persona.

Pero, cuando fui a encender mi computadora, no arrancaba. Por más que apretaba el botón de encendido de la torre, en mi pantalla no ocurría nada. Comprobé los cables de alimentación por si hubiera algún problema de conexión. También nada.

Tras 20 minutos e innumerables intentos, desesperado, no me quedó más remedio que acudir a uno de mis jefes que se sentaba a mi lado.

— Perdona que te moleste, creo que mi computadora no se enciende.

Mirada de decepción.

—Claro que no se enciende. Llevas 20 minutos encendiendo y apagando el mío.

No sé si aprendí mucho o poco durante los siguientes meses, pero puedo asegurar que, en adelante, tuve siempre muy claro que mi computadora estaba a mi derecha, no a mi izquierda». — David.

7. Cómo funcionan las cosas en el mundo de los adultos

«Cuando era joven e inocente y creía en la bondad del mundo, trabajé como becario para una radio. Fue en las cabinas de grabación, poco más espaciosas que un armario, donde descubrí el lado oscuro de la vida. Me hice, de alguna forma, adulto.

Por ejemplo, en una ocasión nos vino a visitar a la redacción un político cuyo nombre y partido no mencionaré por motivos que pronto serán obvios. El jefe de redacción quería que grabara algunas declaraciones, y mis compañeros periodistas veteranos se ofrecieron voluntarios ya que conocían al político.

No obstante, este personaje parecía muy interesado en que fuera yo, el jovial becario, el que le acompañara a la cabina de grabación para registrar sus declaraciones. 

Entré yo primero a la cabina, luego entró él y, demostrando que ya tenía experiencia en este tipo de lugares, cerró bien fuerte la puerta. Fue entonces cuando me miró, sonrió y me susurró un “Bueno, al fin solos”.

Por suerte, una compañera redactora nos vio entrar, llamó a la puerta e insistió en entrar ella también, alegando que “había que enseñar al becario cómo funcionaban las cosas”.

Vaya si entendí cómo funcionaban las cosas en el arduo mundo de los adultos». — Anónimo.

8. La alarma

«Mi primera experiencia como becario fue en una gestoría pequeña. Una vez tuvimos que ir otra compañera becaria y yo un sábado por la mañana. Nos habían dejado la llave, pero lo que no sabíamos era que la oficina tenía la alarma conectada.

En el instante en el que abrimos la puerta, aquello comenzó a parecer un bombardeo de Vietnam. Como era bastante pronto por la mañana para se un sábado, ninguno de los jefes respondía al teléfono.

Pero la alarma no dejaba de sonar, así que cerramos la puerta por dentro y nos quedamos quietos para que dejara de retumbar. Pero los de la compañía de seguridad llamaron a un teléfono que estaba al otro lado de la casa, así intentamos movernos de manera que no saltara otra vez, pero fue inútil.

Con la alarma sonando a todo volumen mi compañera descolgó el teléfono. No pudimos convencerles de que no nos habíamos colado y que solo éramos los becarios que no nos habían dado el código de la alarma. Al cabo de unos minutos uno de los jefes nos llamó de vuelta y conseguimos aclarar la situación». — Nacho.

9. El chico de las teles

«Cuando vivía en Barcelona necesitaba un trabajo para pagar el alquiler a la vez que estudiaba. Encontré unas prácticas en una importante empresa de los medios de comunicación. Me pagaban por no hacer nada durante 4 horas. 

Cada mañana, cogía todos los periódicos de la planta baja y los subía a la oficina. El resto del día lo pasaba sentado en un escritorio leyendo libros y dando los buenos días a todo el mundo que pasaba por delante. 

Un día mi jefa me llamó a su despacho. Me dijo: «Lucas, tengo que comprar una televisión para la oficina y necesito que me ayudes».

Yo no tenía ni idea de televisiones así que me puse a mirar como un loco en internet todo lo relacionado con ellas; pantallas LED, Smart TV, resolución 4K, escalado UHD con IA, audio DTS studio sound… aquello era un mundo y yo no entendía nada. 

Empapado de todo lo que podía hacer una televisión me planté en su despacho y ella me recibió fumando. «¿Cómo puedo ayudarte, lo sé todo sobre televisiones en el mundo», mentí. Ella me miró y me dijo: «Acompáñame entonces a El Corte Inglés». 

Salimos juntos de la oficina, yo dispuesto a por una vez ser útil en una empresa que me pagaba por leer y dar los buenos días, y ella segura de que se llevaría la mejor televisión del mercado. 

En El Corte Inglés nos atendió uno de esos míticos vendedores de pelo engominado y zapatos horteras, capaz de saber cuánto dinero estás dispuesto a gastarte incluso antes de que abras la boca. En todo el rato que estuvimos allí la jefa no me dirigió la palabra.

Eligió la televisión que el vendedor quiso y antes de marcharnos le pregunté: «¿Por qué me has pedido que venga?». A lo que me respondió: «Porque eres joven y necesito que lleves esta televisión a la oficina. El transporte cobra y no lo pienso pagar». 

Se acababa de gastar mucho dinero en el aparato, pero el transporte era muy caro. Salí de aquel Corte Inglés cargando a duras penas la televisión de no sé cuantas mil pulgadas a cuestas y juré que nunca en mi vida me compraría una caja tonta». — Lucas.

10. Información privilegiada

«Uno de mis primeros trabajos fue en un famoso talent show de una cadena de televisión. Nunca he tenido una especial devoción por este tipo de programas, simplemente caí allí porque necesitaba los créditos para la carrera, así que la motivación resultaba escasa.

El programa tenía varias rondas que se emitían meses después de haber sido grabadas, en las que varios rivales se disputaban un puesto en la final, que ya era en directo. Como yo estaba dentro desde el principio de las grabaciones sabía perfectamente qué concursantes pasaban de ronda y quiénes se quedaban en el camino.

Aproveché esta información privilegiada para soplársela a un amigo de confianza, y él la fue utilizando para hacer apuestas e ir repartiéndonos el dinero. Obviamente siempre acertábamos. No nos hicimos ricos.

El error sucedió al echarme un cigarro con otros compañeros becarios en la puerta de la oficina. Entusiasmado por mi estrategia, dije en voz alta lo que estaba haciendo, con la mala suerte de que una de las jefas estaba saliendo de la redacción justo en ese momento». — Anónimo.

11. Lost in translation

«Creo recordar que fue prácticamente a los 2 o 3 días de empezar por primera vez unas prácticas. Me mandaron a una mesa redonda de una compañía de una multinacional y todo fue en inglés y en ese momento no me estaba enterando de nada. 

Además del idioma, el tema que estaba tratando tampoco era algo en lo que era experto, por lo que la sensación era todavía peor y estaba muy nervioso. 

Lo mejor viene al final cuando me dicen que haga preguntas. Me quedé totalmente en blanco, sin saber qué decir. Creo que el relaciones públicas lo notó totalmente porque se me puso la tez como una tiza y lo dejó pasar y logró desviar el tema. Pero fue una sensación absolutamente horrible. 

Por suerte, mandaron nota de prensa y pude hacerla con la calma en la redacción, pero desde ese momento siempre que voy a algún sitio tengo algo preparado de serie, por tonto que sea, y empecé a mentalizarme con el tema del inglés. Lo necesitaba sí o sí». — Anónimo.

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