Paul Alejandro Sánchez

Paul Alejandro Sánchez

Energía Circular

Visitaba la casa de mi abuela hace un par de semanas y me encontré con una de las lámparas ahorradoras que compró hace más de 20 años. Recuerdo que fue a las oficinas de CFE —no recuerdo si ya existía un programa del Fideicomiso para el Ahorro de Energía Eléctrica (FIDE), quizá sí, pero el hecho es que salió con cuatro lámparas ahorradoras. 

Esto es decir mucho. Para aquel entonces la casa de mi abuela funcionaba con ocho focos, mejor conocidos como bombillas incandescentes. Dos de las lámparas estaba formadas por tubos cilíndricos en forma de rueda unidas por el centro con una rosca para encajar en los sockets; otras dos eran como las bombillas de LED que conocemos hoy en día, pero enormes. Dos o tres veces el tamaño de una bombilla incandescente.

A riesgo de ser impreciso, las dos lámparas circulares duraron poco más de cinco años y una de las lámparas redondas enormes se la llevó algún familiar y no se qué ocurrió, solo se que la única de las cuatro que sobrevivió fue esa, que ilumina el equivalente a 60 Watts de un foco incandescente. 

El costo era importante considerando la economía de hace 20 años. Los focos los sacó a crédito y CFE le descontaría en su recibo bimestral una parte por un año. Pues bien, mi sorpresa es que mi abuela tiene esa lámpara, aún activa, en su casa. ¡Vaya que fue un gran retorno de inversión! Cuenta mi abuela que ella sí observó ahorros rápidamente y desde entonces hizo el esfuerzo de cambiar a lámparas ahorradoras hasta que no quedó ninguna bombilla.

Ya ahora, a todos se nos ha fundido una bombilla o una lámpara ahorradora o de LED en nuestros hogares. Esto es más frecuente que un accidente como, digamos, romper un foco al jugar béisbol en la sala de nuestro hogar. Pero ¿por qué ya no son tan resistentes las lámparas incandescentes?

Esto se debe a la obsolescencia programada. Una de las críticas al sistema capitalista es que, una vez satisfecho un mercado, la industria se desaceleraría y esto ocasionaría un menor ritmo de crecimiento. El capitalismo requiere no solo de un consumo de una sola vez sino de un consumo perpetuo que permita el movimiento de la maquinaria productiva.

No es sorpresa que los primeros automóviles de Ford y GM fueran muy duraderos y reparables, la idea era que todas las familias estadounidenses tuvieran un auto. Pero una vez que el mercado de saturó, era necesario promover la idea de que se tenía que reemplazar el auto. Lo mismo podemos decir de estufas, refrigeradores, televisores; máquinas de coser, entre otros. Esta es la idea de la obsolescencia programada. 

Thomas Alva Edison consideraba la fabricación de bombillas incandescentes perpetuas o al menos con una esperanza de vida muy larga. Por ejemplo, en California se encuentra la Bombilla Centenaria que es mantenida por el Departamento de Bomberos de Livermore-Pleasanton y fue instalada originalmente en 1901. 

Si bien, los años han cobrado factura y aquella bombilla de 30 Watts ahora solo emite unos 4 Watts, quizá en parte por el vidrio, quizá en parte por los filamentos y quizá en parte por la instalación, la hazaña es tan loable que se encuentra dentro del libro Guiness de récords mundiales. Y lo más importante, no es el único; hay al menos una decena de bombillas que tienen alrededor de 100 años.

Quizá, entonces, podríamos pensar en algún futuro en sistemas de iluminación no solo más eficientes sino más duraderos; sin embargo, mientras sea importante para la industria el mantener la maquinaría productiva y de consumo aceitada, es probable que en mi casa no tenga nunca una lámpara ahorradora o un LED que dure más de 20 años.

Las opiniones publicadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan ninguna posición por parte de Business Insider México.

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