• En 2000, Fran Ashcroft tuvo un problema de salud mental que la llevó a recapacitar sobre la importancia de este tipo de cuidados.
  • La experiencia generó un cambio en su perspectiva, que ahora transmite como líder de equipo.
  • Para ella, es importante que las personas sepan que está bien no estar bien y que está bien pedir ayuda.

A principios del año 2000, entrando al nuevo milenio, me levanté en la noche en un lugar desconocido, con mucho frío. Mucho frío, de verdad — prácticamente podía distinguir la capa de escarcha en el interior de las ventanas de la extraña habitación en la que me encontraba—. Me desperté tranquila, pero pronto me di cuenta de mi desagradable situación y me refugié debajo del viejo edredón. 

Así seguí durante 6 semanas. Ignoré el teléfono: no podía hablar con nadie –ni siquiera con mi familia o mis amigos cercanos– y me aislé. No fue sino hasta marzo de ese mismo año que me arrastraron hasta el médico para buscar ayuda. A partir de ahí, todo empezó a mejorar. No sucedió de la noche a la mañana, pero haber sido asignada con un terapeuta increíble, abrir mis sentimientos por completo, contar lo que había vivido y tomar los medicamentos que me recetaron, hicieron que no cayera en un abismo.

Todo fue parte de un viaje que duró más de 3 años. Fue duro. Estaba desconcertada y avergonzada por la depresión que se había apoderado de mi vida. Pero gracias a un increíble amigo, a un jefe fabuloso y la renovada creencia en mí misma, lo superé. Hasta ese momento pensaba que la depresión era como tener un mal día, pero esta experiencia de vida cambió todo para mí. 

Era difícil hablar de salud mental en esos días; difícil en la casa y más difícil todavía en el trabajo. Cuando nos sentimos con las emociones a flor de piel en el trabajo –y uso esa frase intencionalmente– nuestro instinto natural es ocultarlo. Dudamos mucho en pedir lo que necesitamos, ya sea unos días de descanso, o incluso solo una tarde. De hecho, hasta que se nos obliga a enfrentar el problema (como sea que eso suceda) la mayoría hará lo que sea para evitar admitir que sufre ansiedad, depresión, o cualquier trastorno fuera de lo ‘normal’, sobre todo si existe falta de confianza con los jefes en el trabajo.

Vivo en Reino Unido y tengo un equipo grande en México. De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México registra los niveles más bajos de productividad laboral; sin embargo son los trabajadores mexicanos quienes destinan más horas al año a su trabajo. Y, de acuerdo con el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), 75% de la población trabajadora en México padece de estrés laboral. Tristemente, según las estadísticas, en 2019 la tasa de psiquiatras por cada 100,000 habitantes mexicanos era de 3.3%. Es por ello que hoy es momento de hablar de estos temas y velar por la salud emocional de los colaboradores en las empresas. México ya cuenta con leyes como la NOM 035, que establece que todas las empresas deberán atender los factores de riesgo psicosociales que padece su gente, por ejemplo, el estrés laboral, ansiedad, trastornos de sueño y más. 

Recientemente, en 2019, mi esposo tuvo una crisis nerviosa severa debido a la ansiedad y sufrió síntomas físicos que terminó por somatizar en la piel. Siendo gerente de desarrollo de negocio en una empresa de manejo de materiales, y como a muchos hombres, le costó trabajo hablar sobre ello. Yo sabía que no era la primera vez que le pasaba, pero decidí que sí sería la última. Nuestro médico familiar entró en acción y con la ayuda del programa de asistencia a empleados de mi lugar de trabajo, rápidamente le encontramos un excelente terapeuta. Aún con su ayuda, estuvo sin trabajar más de nueve meses, pero empezó a hacer cambios intencionales; incluso buscó un cambio de profesión y recuperó su ritmo habitual. Sigue tomando los medicamentos diariamente –como cualquier otra persona que toma medicinas para enfermedades físicas todos los días– pero literalmente es otra persona. Además, habla mucho y más seguido con sus amigos y familia. 

Los malos momentos, las malas experiencias y los altibajos emocionales tienen un impacto significativo en nuestro bienestar. A veces, un momento específico, que pudo haber ocurrido años atrás, impacta nuestra personalidad de manera drástica. Todos tenemos días malos. 

Es alentador que la sociedad ya esté empezando a reconocer que nuestra salud mental tiene la misma importancia que la física. Sin embargo, es importante reconocer que será un proceso: la mayoría de nosotros sigue renuente a compartir experiencias sobre este tema por la sencilla razón de que es incómodo pedir tiempo de descanso por motivos de salud mental en comparación con tener una gripa o un hueso roto. 

Hablar con transparencia es el primer paso para romper el ciclo; si estás pasando por algo similar, busca a alguien que te escuche y con quien puedas desahogarte. Esta pandemia ha visto a cada vez más de nosotros luchar, pero debemos continuar hablando de salud mental. Todos estamos pasando por algo y está bien no estar bien. Busca la ayuda que necesitas. No sabemos cuál será el efecto a largo plazo del Covid-19, pero hagamos que un aspecto sea positivo: que todos sintamos que podemos abrirnos y buscar ayuda cuando estamos luchando. 

Aprendí de mi experiencia y me ayudó a crecer más de lo que alguna vez imaginé, y verdaderamente tuvo un impacto significativo en mí como jefa, como esposa, como madre y amiga. Así fue como empecé a estudiar sobre salud mental.

Todos tenemos una historia: la mía no fue tan extrema en comparación con muchos otros casos que he conocido como parte del equipo que brinda primeros auxilios en temas de salud mental. Cada experiencia es súper personal y cada ser humano del planeta es diferente.

Está bien no estar bien. Está bien pedir ayuda. Cuidémonos.

*Fran Ashcroft es directora senior de Comunicación Internacional de Intel

Las opiniones publicadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan ninguna posición por parte de Business Insider México.

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