• Ingenieros de la Universidad Northwestern creo la estructura voladora más diminuta: se trata de un microflier alado que no necesita motor.
  • El microchip volador tiene el tamaño de un grano de arena y servirá para monitorear enfermedades transmitidas por el aire o detectar niveles de contaminación ambiental.
  • Para construirlo, los responsables se inspiraron en la forma en la que algunos árboles como los arces dispersan sus semillas, ayudándose del viento.

La electrónica se dota de nuevos superpoderes con este descubrimiento de la Universidad Northwestern. Allí, un grupo de científicos consiguió crear un microchip alado del tamaño de un grano de arena y capaz de volar sin motor.

Es la estructura voladora más pequeña creada por un humano y aparece detallada en un artículo publicado en la revista Nature. El conjunto mide menos de un milímetro de ancho.

Los ingenieros agregaron una capacidad hasta entonces insólita en los microchips electrónicos: el poder de volar.

Así fue como crearon este microchip volador

Para hacerlo no necesita un motor pues sus alas funcionan como hélices que giran para viajar con el viento; así como las semillas de algunos árboles, como el arce.

Al estudiar los arces y otros tipos de semillas dispersadas por el viento, los ingenieros optimizaron la aerodinámica del microflier. Con esto garantizan que, cuando se deja caer a gran altura, caiga a una velocidad lenta de manera controlada.

«A lo largo de miles de millones de años, la naturaleza diseñó semillas con una aerodinámica muy sofisticada. Tomamos prestados esos conceptos de diseño, los adaptamos y los aplicamos a circuitos electrónicos», apunta John A. Rogers, director del desarrollo del dispositivo.

Se trata de un comportamiento que garantiza la dispersión en un área amplia, estabiliza el vuelo y aumenta la cantidad de tiempo que interactúa con el aire, de forma que este diminuto aparato prácticamente invisible a la vista pueda monitorear la contaminación y detectar enfermedades transmitidas por el aire.

Entre sus ventajas destaca que estos microchips voladores pueden empaquetarse con tecnología ultraminiaturizada. Incluye sensores, fuentes de energía, antenas para comunicación inalámbrica y memoria integrada para almacenar datos.

«Creemos que vencimos a la naturaleza», concluye el investigador. «Al menos en el sentido estricto de que pudimos construir estructuras que caen con trayectorias más estables. Y a velocidades terminales más lentas que las semillas equivalentes, que se verían en plantas o árboles», apostilla.

El equipo diseñó muchos tipos distintos de microchips voladores, hasta llegar al prototipo final —incluyendo uno con tres alas. Para identificar la estructura más ideal, dirigieron el modelado computacional a gran escala de cómo fluye el aire alrededor del dispositivo. Esto para imitar la rotación lenta y controlada de la semilla de tristellateia en la que se inspira.

Sus creadores lo tienen claro: «la miniaturización de dispositivos representa la trayectoria de desarrollo dominante en la industria electrónica; donde sensores, radios, baterías y otros componentes pueden construirse en dimensiones cada vez más pequeñas».

También se inspiraron en libros pop-up para niños a la hora de crear los chips y que salten sus alas.

En ejemplos demostrados, el equipo incluyó en el chip volador sensores y una fuente de energía que puede recolectar energía ambiental. También almacenamiento de memoria y una antena; que puede transferir datos de manera inalámbrica a un celular, tableta o computadora.

El invento puede detectar partículas en el aire, mientras que al dotarlo de sensores de pH es posible medir la calidad del agua. Los fotodetectores harán que pueda medir la exposición al sol en diferentes longitudes de onda.

Sus aplicaciones son infinitas, desde medir las consecuencias después de un derrame químico hasta rastrear los niveles de contaminación del aire; o formar una red inalámbrica de captación de datos.

Otro de sus puntos fuertes es que el laboratorio ya desarrolla dispositivos con polímeros degradables. Así se podrán disolver en el agua, sin causar daños. Su eficacia ya fue comprobada en un trabajo reciente sobre marcapasos bioabsorbibles.

Gracias a estos materiales las versiones sostenibles de los chips voladores desaparecerán de manera natural e inofensiva en el agua subterránea.

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