Hay una creciente y generalizada preocupación en diversos sectores, por el rumbo de Pemex. Recientemente, miembros del Banco de México advirtieron el riesgo que representa la petrolera estatal para la salud de las finanzas públicas y para la calificación soberana del país.
Diversos analistas consideran como una limitante estructural para la recuperación económica su frágil situación. Es un hecho que la incertidumbre sobre el futuro de Pemex, en lugar de desvanecerse, crece.
Cierto que hay voluntad política —desde el más alto nivel— por fortalecer a la empresa; sin duda también hay un bien intencionado objetivo de corregir desviaciones, errores y sobre todo, el debilitamiento al que la Reforma Energética estaba conduciendo a Pemex, forzándolo a que perdiera mercados.
Pero esta misma Reforma también brindó incuestionables ventajas, que no se están aprovechando; por ende, tampoco se están aprovechando al máximo el talento, la capacidad y la experiencia de los ingenieros y técnicos de la petrolera.
No hay indicios de que se dé el tan necesario viraje en la estrategia; se siguen planteando objetivos cortoplacistas: pequeños incrementos de la producción a costa de rebasar la óptima explotación técnica y económica de ciertos campos, lo que ocasionará la aceleración de su natural declinación. Ello tendrá un efecto contraproducente, como sucedió con el gigante Cantarell.
Aumento marginal en la producción
El aumento en la producción será marginal y temporal mientras se apueste sólo a los campos marinos y terrestres de las cuencas del sureste; estos llevan medio siglo explotándose y muestran evidentes signos de agotamiento.
Es imperativo cambiar la estrategia exploratoria, plantear objetivos a largo plazo, diversificar el portafolio, retomar alianzas para establecer sinergias que le convengan a Pemex tecnológica y económicamente.
Un ejemplo: impulsar el farmout, la asociación pendiente en el campo de aguas profundas Nobilis del área Perdido, a fin de que haga sinergia con el desarrollo de campo Trion, que Pemex mantiene con la australiana BHP y que se estime inicie producción en tres años. Entre ambas podrían aportar, a fines de esta administración, 200 mil barriles diarios, lo que significarían importantes recursos fiscales para el Estado mexicano.
Irrealizables, las metas de Pemex originales
Las metas trazadas al inicio del gobierno lucen ahora irrealizables. Para 2019, se planteó llegar a poco más de 1.7 millones de barriles al día (mbd); se alcanzó 1.678, es decir, 29 mil barriles menos, una disminución de 7% respecto al último año del sexenio anterior.
Para este año, la meta fue 1.866 mbd, que hubiera significado el primer incremento en la producción en 16 años. Pero en los primeros 10 meses la producción promedio fue de 1.663 mbd (incluyendo 19 mil con socios); esto representa 200 mil menos que la meta original y debajo de la de 2019.
Para 2021 se presumió que se volvería a superar la barrera de los 2 millones, para cerrar el sexenio con 2 millones 700 mil barriles diarios.
Muchos mencionamos, desde inicios del año pasado, la inviabilidad de dichas metas. Ahora han sido modificadas sin mayores explicaciones.
El próximo año se estima llegar a 1.944 mbd, aunque la proyección de la plataforma petrolera para el proyecto de presupuesto es de 1.857 mbd, es decir, 87 mil barriles menos.
Metas de Pemex para 2024: 2.2 millones de barriles
La meta fijada para 2024 fue bajada a 2 millones 200 mil barriles, casi medio millón de lo proyectado al inicio de la administración, o sea un 18%. Aún así, lograr estos nuevos objetivos parece difícil, con la actual estrategia petrolera.
El problema es que el gobierno federal apostó decididamente por la mejoría productiva y financiera de Pemex y reiteró, en múltiples ocasiones, que a partir de la segunda mitad del sexenio, debería ser el impulsor fundamental para el desarrollo y el crecimiento nacional.
Correo electrónico: eduardo.marin@eploc.mx
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