• La música, más allá de lo mucho que nos guste, está relacionada con nuestra salud física y mental.
  • Uno de sus máximos exponentes en América Latina y Europa es Joan Manuel Serrat.
  • Ante su retiro de los escenarios, analizamos cómo sus melodías se utilizan para ayudar a las personas enfermas.
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Llegan las vacaciones familiares. Además de las maletas, se preparan los cassettes para que en el viaje suene MediterráneoAquellas pequeñas cosasLa mujer que yo quiero… Es el último disco de Serrat.

Los kilómetros de paisaje se diluyen con el paso de las canciones; es 1971.

Rituales como este se han repetido a lo largo de la vida de muchas personas, trenzado un extenso tejido de recuerdos alrededor de la obra del cantautor del Poble Sec.

Ahora, tras más de cincuenta años dedicados a poner banda sonora a lo mío, a lo tuyo, a lo nuestro. Decide bajarse de los escenarios.

Conexión directa con nuestro pasado

Cuando una música nos gusta capta nuestra atención y eso tiene un alto impacto en nuestra psique. Nos identificamos con ella; por eso nos la aprendemos, la ponemos en diversos momentos del día y acabamos “llevando su luz y su olor por donde quiera que vayamos”. Su mensaje se vuelve parte de nosotros.

Este es uno de los grandes valores de Serrat. Sus letras reflejan lugares comunes, retratan acontecimientos cotidianos, explican la vida de todos. Escucharlas o cantarlas es un «pegamento» para no perder la pista de quienes somos y fuimos. Podemos guardar fotos y objetos, pero la vía más directa a la memoria la trazan las canciones.

Una simple nota nos vuelve a colocar en un tiempo determinado. A través de los años, sus armonías se han hecho reconocibles, un factor determinante para calar en el gran público.

Esto no quiere decir que estemos ante una música «simple»; son muy pocos los artistas que han interpretado sus temas con el porte que él les imprime. Su carácter referencial ha determinado el grado de atracción y los vínculos emocionales que nos despiertan.

Canciones y momentos que perduran en la mente

Una buena pieza musical es un sistema modular en equilibrio. La melodía, el ritmo, el timbre o la letra quedan impresas y son accesibles durante años, incluso para aquellas personas que con la edad presentan ciertos déficits cognitivos.

Los estudios de neurociencia nos muestran las variables responsables de esta permeabilidad que presentan las canciones.

Nuestro cerebro realiza un procesamiento seccionado, es decir, involucra a diferentes regiones en el análisis y reconocimiento del input musical. Disgrega la letra del contorno melódico, separa el ritmo, el pulso y el timbre, organiza la tonalidad, las intensidades y la dinámica, separándolo todo de lo que es ruido o señal no musical.

Además, involucra al córtex motor, es decir, nos induce a movernos sincrónicamente, por lo que lo difícil realmente es no llegar a memorizarla. A mayor participación de regiones neuronales, más recursos empleados y, por tanto, una huella más profunda.

Por otra parte, tenemos las sensaciones y estados emocionales asociados que nos evoca y provoca que, si además se dan en un contexto social, su efecto se potencia, porque vemos reflejados en los demás lo mismo que estamos experimentando nosotros.

Basta con recordar el efecto contagio que llegamos a vivir en un concierto.

Música para endulzar los momentos amargos

Para los musicoterapeutas estas cualidades de la música son herramientas de trabajo y explican buena parte de la utilidad de los métodos de intervención empleados.

Nuestra eficacia comienza al identificar aquellos elementos sonoros significativos para nuestros pacientes. Cuando logramos desvelar el denominado ISO sonoro, que es una especie de identidad musical, podemos determinar cuál es la ruta de acceso a la psique de la persona y, por tanto, encauzar las sesiones de terapia.

Las canciones de nuestra vida dan acceso a momentos muy especiales y relevantes.

Con ellas podemos reelaborar situaciones y reconstruir estados emocionales con un encuadre positivo y así afrontar la dificultad física o mental del momento presente.

De esta manera, la obra de Serrat ha sido una gran aliada para nosotros. Su variado repertorio nos sirve para acompañar terapéuticamente los procesos de enfermedad de centenares de personas no solo de España, sino también de América Latina; es parte del inconsciente colectivo de varias generaciones.

Aprendiendo de sus «labios cantores»

La prolija carrera de Serrat nos posibilitó construir múltiples recursos terapéuticos y “aprender de sus labios cantores”.

Unos primeros compases son suficientes para recrear momentos felices o reelaborar situaciones de melancolía y tristeza; nos permiten sentir de nuevo el impacto del primer beso y poner palabras a lo indecible. Cuando los pacientes revisitan esos lugares conocidos en momentos de dificultad, se reconfortan porque lo cercano nos reafirma y por tanto nos repara.

Sus canciones son de utilidad terapéutica para personas ingresadas en terapia intensiva, donde la vida llega a rozar los límites; también en las plantas de trasplantes o de oncología, donde la incertidumbre del tiempo toca lo eterno.

Han sido relevantes, por supuesto, en las residencias de personas adultas mayores, donde tanto se rememora lo que fuimos. Sus temas siempre son una excusa perfecta para crear un espacio de bienvenida.

Serrat no solo ha visto cumplido el sueño de crear melodías, sino que está adherido a los recuerdos de mucha gente, haciendo que sean más perdurables.

En este tiempo de despedidas, agradezco en nombre de todos los musicoterapeutas que hemos aplicado sus composiciones su fertilidad artística; nos ha permitido promover muchos beneficios en las personas.

Su capacidad de traducir en belleza aquello que miraba hace más fácil nuestra labor y más ligera la carga de la enfermedad.

Sin duda que “entre este tipo y yo hay algo personal”.

*The Conversation es una fuente independiente y sin fines de lucro de noticias, análisis y comentarios de expertos académicos.

David J. Gamella González es director del Máster de Musicoterapia en la Universidad Internacional de La Rioja.

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