Paul Alejandro Sánchez

Paul Alejandro Sánchez

Energía Circular

Atlas, en la mitología griega, era un titán que fue condenado por Zeus a cargar el cielo. Muchos lo recordaremos por la imagen donde aparece cargando el mundo a cuestas, sobre sus manos, sobre sus hombros o sobre su espalda. Por no dejar, quienes hayan jugado lotería —el juego de mesa— podrán ver que la carta de “El Mundo” presenta a un Atlas moderno sosteniendo el planeta.

Es casi poético pensar en Atlas y la crisis climática. Por un lado, porque evitar el deterioro de nuestro ambiente ha resultado una tarea titánica, palabra que se deriva precisamente de hazañas como la de Atlas. Por otro lado, porque cuidar el mundo está en nuestras manos, nuestros hombros y nuestras espaldas; nuestras y de nuestra descendencia.

La tarea ha sido titánica y el camino relativamente largo. El siguiente año se cumplirán 50 años de uno de los primeros hitos en la agenda internacional respecto al clima, la Conferencia de Estocolmo. También, se conmemorarán 25 años de otro de los grandes hitos en la agenda internacional contra el cambio climático, el Protocolo de Kyoto. 

La Organización de las Naciones Unidas ha hecho el recuento de los antecedentes que marcan el establecimiento del calentamiento global y el cambio climático como un problema público en la agenda internacional partiendo desde la Conferencia de Estocolmo en 1972. Por lo que podríamos decir que, en 1972, al menos para algunos cronistas, se marcan medio siglo de esfuerzos internacionales contra el cambio climático. 

Un primer resultado positivo fue el compromiso internacional para eliminar los clorofluorocarbonos (CFC) a través del Protocolo de Montréal signado en 1987, lucha que le debe mucho al laureado mexicano del Premio Nobel de Química, Mario Molina, que en paz descanse. 

¿Qué son los CFC?

Los CFC eran gases que afectaban la capa de ozono que se utilizaban en la industria de la refrigeración, de los aerosoles y de los aislantes térmicos. Se considera un éxito porque la velocidad en que se sustituyeron, tanto en la industria como en los hábitos de consumo, fue tal que se pensó que con innovación tecnológica y mejores hábitos de consumo se podrían reducir grandes problemas del clima.

En esa euforia científico-climática se fijó el siguiente objetivo: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que ocasionaban el calentamiento global. La lucha se enmarcó en el Protocolo de Kyoto como el primer compromiso internacional de corte mundial que tenía como fin la reducción de al menos 5% de las emisiones de gases de efecto invernadero tomando como línea base 1990; esta meta debía conseguirse entre 2008 y 2012. 

La lucha contra las emisiones de gases de efecto invernadero probó ser titánica y el Protocolo de Kyoto no arrojó los resultados deseados. Algunos problemas de diseño que se han citado están:

  1. La mayor dificultad de encontrar sustitutos para las fuentes fósiles de energía tanto para movilidad como para generación de energía eléctrica.
  2. La velocidad de desarrollo de países no obligados como China e India.
  3. El costo económico y pérdida de competitividad de los países obligados.

Los años nos han mostrado dos cosas. La primera es el tamaño de la problemática; la segunda, la importancia de tomar acciones más contundentes y que involucren a todos los actores.

Por supuesto, esto implica un cambio radical en nuestros hábitos de consumo, un mayor compromiso en la transición energética y mayor innovación tecnológica. Quizá, 25 años después, estamos a penas empezando a comprender la naturaleza titánica de la crisis climática.

Las opiniones publicadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan ninguna posición por parte de Business Insider México.

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