• Estas cuatro mujeres trabajan en International Funeral & Cremation Service, una funeraria en Harlem que ya no puede recibir más cuerpos.
  • Debido a que  ciudades como Nueva York nunca fueron diseñadas para disponer de tantos muertos, su llamado a prestar servicio durará mucho más.
  • El número de muertos por Covid-19 en Estados Unidos es el más alto del mundo. Nueva York ha sufrido un tercio de las muertes del país, más de 13,000.
 

Una funeraria de Harlem tiene 48 cuerpos en el sótano; 40 están en cajas de cartón listos para ser cremados, mientras que los ocho restantes están refrigerados, a la espera de ser embalsamados o enterrados. Pero pasarán semanas o meses antes de que eso ocurra debido a la pandemia de coronavirus.

Cuando los funcionarios de salud comenzaron a enterrar a las víctimas de Covid-19 en una fosa común en Hart Island durante la peor semana de muertes en Nueva York, las cuatro mujeres de International Funeral & Cremation Service comenzaron a rechazar los cuerpos.

Funeraria de Harlem pandemia
Lily Sage Weinrieb, 25, directora funeraria, Alisha Narvaez, 36, la gerente, Jenny Adames, 36, coordinadora de servicios funerarios, y Nicole Warring, 33, a directora funerario residente posan frente al edificio donde trabajan, la funeraria International Funeral & Cremation Services, en Harlem, Nueva York. Reuters

Este grupo de mujeres comenzó a sentir que estaban fallando. Ellas creen que una persona debería obtener lo que quiere en la muerte, incluso si eso nunca fue posible durante su vida.

«Ese es nuestro trabajo», dijo Lily Sage Weinrieb. «¿Quieres seis limusinas pintadas de rosa? Hecho. Pero ahora decimos: ¿quieres una cremación? Lo siento, no es posible. ¿Quieres un entierro y ya tienes un sitio y todo? Lo siento, no podemos. No tenemos espacio».

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«Se nos dice que somos héroes por estar en la primera línea en esta situación, pero siento que le estoy fallando a las familias todos los días».

En la primera línea de la pandemia de coronavirus, las enfermeras y los médicos se ocupan de mantener a la gente con vida. Pero también están quienes cuidan a los muertos, que temen infectarse y morir. Algunos han enviado a sus propios hijos a vivir con familiares.

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Debido a que las ciudades estadounidenses como Nueva York nunca fueron diseñadas para disponer de tantos muertos, su llamado a prestar servicio durará mucho más.

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Al comienzo de la pandemia, Alisha Narváez, de 36 años, envió a su hija de 17 años a vivir con su hermana gemela, pero después de dos semanas la distancia era demasiado. «Siempre hemos sido ella y yo, y ella quería volver a casa», dice Alisha.

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La mujer cuenta que se ducha en la funeraria antes de irse a casa, luego se quita toda la ropa en el pasillo y se baña nuevamente cuando llega. Además, rocía su bolso con Lysol y se enjuaga la boca con Listerine.

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«Tengo que asegurarme de mantenerme saludable», dice Alisha. «Aunque ha estado en cuarentena durante varias semanas, cada día que regreso a casa del trabajo es el Día Cero para ella».

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Nicole Warring, de 33 años, se preocupa por morir o infectar a su hijo de 10 años. Su novio, que trabaja para una compañía de ataúdes, contrajo el virus. Afortunadamente, se recuperó, pero ella no fue a trabajar una semana por un ataque de ansiedad.

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«Es traumatizante para todos», señala. «Ninguna escuela mortuoria puede prepararte para lo que estamos viendo ahora.”

Lily abandonó una casa compartida con unos amigos en Filadelfia porque no creía que fuera correcto exponerlos constantemente al virus. Sus padres la dejaron mudarse a casa, pero ella dice que nadie la ha abrazado en más de un mes.

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«Es terrible», señala la mujer de 25 años, que varias noches a la semana duerme en la capilla de la funeraria.

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Jenny Adames, por su parte, no recuerda el primer cuerpo que rechazó por la pandemia, pero sí recuerda el primero caso que la hizo llorar. Un hombre llamó, cada hora, al menos cuatro veces en un día, por un amigo muerto en un hogar de ancianos.

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«Necesito ayuda», recuerda que le dijo. «No sé qué hacer. No quiero que lo arrojen a una fosa común. Por favor, tienes que ayudarme, Jenny».

Con pena, la mujer recuerda que nada pudo hacer.

El número de muertos en Estados Unidos es el más alto del mundo. Nueva York ha sufrido un tercio de las muertes del país, más de 13,000.

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