• Lindsay MacMillan era vicepresidenta de Goldman Sachs que ahora escribe novelas de amor.
  • Dejó Wall Street durante la Gran Renuncia aunque no era infeliz en su trabajo no tenía dificultades.
  • Aconseja a las personas que sigan a su corazón por encima de buscar una trayectoria vital "exitosa".
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Dejé mi trabajo en Goldman Sachs para perseguir el sueño de mi vida: ser escritora. Después de casi seis años allí en la firma, fui ascendida a vicepresidenta a los 28 años; renuncié un mes después de mi ascenso.

En la era de la Gran Renuncia, el relato de una dimisión en un trabajo corporativo no es nueva. Lo sabemos todo sobre el agotamiento de los empleados y las crisis existenciales, sobre cómo la pandemia ha modificado lo que buscamos en nuestras carreras profesionales.

La dimisión a empleos que nos destrozan el alma está bien documentada, pero no estamos tan familiarizados con las historias sobre perseguir los sueños que nos inspiran y nos dan vida. Hubiese sido más fácil dejar mi empresa si hubiera sido miserable en ella y trabajado 100 horas a la semana, según los estándares, pero no lo era. 

En mis últimos años en Goldman Sachs, encontré un equilibrio entre la vida personal y laboral poco común en Wall Street, ya que solo trabajaba 50 horas a la semana. El puesto era intelectualmente estimulante y mis tutores y compañeros eran maravillosos. Tuve la oportunidad de vivir en Nueva York y en Londres y de aprender sobre el mundo de los negocios de manos de los mejores. 

No quería que escribir fuera solo un pasatiempo

No odiaba mi empleo, ni mucho menos. Simplemente me gustaba tanto escribir que no podía justificar que siguiera siendo un pasatiempo, algo secundario.

A los 6 años decidí que quería ser autora y a los 18 escribí mi primer manuscrito de ficción de 450 páginas para ayudarme a superar el divorcio de mis padres. En años siguientes seguí escribiendo y presentándome sin éxito a los agentes literarios. Por muy difícil que fuera entrar en Goldman Sachs, entrar en el mundo editorial era infinitamente más complicado.

A los 26 terminé un nuevo manuscrito sobre una joven de Wall Street que se enfrenta a la vida y al amor en la veintena y se apoya en las amistades femeninas para sobrellevar la inestabilidad emocional.

Era ficción, pero se inspiraba en mi experiencia vital y sabía que era más fuerte que todo lo que había escrito antes. Los años de prueba y error me habían ayudado a perfeccionar mi estilo y a encontrar mi voz.

Después de recibir varias ofertas de representación, firmé con mi maravillosa agente, Abby, que entendió mi visión del libro y mi carrera como escritora. Se puso en contacto con las editoriales y, unos seis meses más tarde, conseguimos dos contratos con un sello de Nueva York que se comercializa en la ciudad a través de Penguin Random House.

Más allá de las dudas y los rechazos que precedieron a los contratos editoriales, esos años estuve agradecida por mi carrera en Wall Street. No solo me permitía tener estabilidad financiera, un regalo increíble, sino que también me permitía no obsesionarme con la escritura las 24 horas del día.

En muchos sentidos, mi puesto en finanzas me hizo mejor escritora

Tal vez sorprenda el hecho de que mi carrera empresarial haya potenciado mis aptitudes creativas. Estuve expuesta a formas de vivir y pensar que no habría conocido si hubiera estado aislada cual escritora solitaria. Esas experiencias reforzaron mi modo de contar historias y mi exigente horario me obligó a ser disciplinada con el tiempo que me reservaba para trabajar cada texto.

Llegaba al Starbucks a las 6 de la mañana, sin excusas, y escribía durante 3 horas antes de ir a la oficina. Mis amigos bromeaban diciendo que era una especie de Hannah Montana, que compaginaba su doble vida de escritora con la de ejecutiva de Wall Street.

No hablaba de mi ambición creativa en la oficina. Si mis compañeros averiguaban lo apasionada que estaba por la escritura, me preocupaba que se cuestionaran mi compromiso con el trabajo diario. 

Además, mi libro trataba sobre amor, un tema sensible y femenino, completamente opuesto a la masculinidad trajeada que suele predominar en finanzas. 

Me preocupaba lo que pudiesen pensar

Lo último que buscaba era ser conocida como la chica que escribía sobre amor en sus ratos libres. En mi primer puesto en Goldman, había sido la única mujer inversionista en el equipo de Nueva York, formado por 20 hombres. Había aprendido a vestirme como un hombre, a hablar de futbol y a silenciar mi risa chillona para parecer más formal

Aunque en mi etapa final trabajaba en un puesto con mayor representación femenina, aquellos primeros años se me quedaron grabados y pensé que revelar mi faceta de escritora podría hacerme parecer débil o demasiado sentimental.

Por eso en la oficina hablaba de acuerdos, de la volatilidad del mercado y de las perspectivas económicas, y limitaba la escritura creativa a una actividad secundaria. El equilibrio marchó bien durante un tiempo, hasta que las cosas empezaron a funcionar y publicar un libro dejó de ser un sueño.

Con la publicación de mi primera novela un mes de junio y la segunda prevista para el próximo verano, supe que había llegado el momento de dar el salto y dedicarme por completo a la escritura.

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